Animales de carne y hueso, con un poco de luz irremediable en los ojos, a veces nos creíamos criaturas heroicas y corríamos a las plazas. Escuchábamos bellísimas palabras, las voces se otorgaban idéntico calor y sentíamos el placer de la acción. Pero luego, entre ruinas, comiendo el pan del sobreviviente, comprendíamos. Y al salir el sol, mientras los escarabajos emergían de las piedras, avivábamos el fuego para ahuyentar la peste y llorábamos por la siguiente generación. Horacio Castillo (Ensenada, Buenos Aires, Argentina). |

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