A veces
me cuesta tanto masticar los cristales de la ansiedad
que al final,
me entran inmensas ganas de vomitar.
A veces
creo que respiro por los poros de la piel,
y es cuando me doy cuenta...
que mi miedo se puso a sudar.
A veces
me equivoco y me lo reprocho
sin concederme tregua ni perdón
y entonces y durante un rato...
me quedo tocado y hundido
en mi propia desesperación.

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