La niña que fui
aún me habita.
Se sienta a mi lado
y me mira
curiosa,
cada vez que no me eligen,
cada vez que no me quieren,
cada vez que me despido.
Me visita en las tardes vacías
cuando rozo con mi mano
el cuerpo del dolor
y me inunda
esa sensación de ahogo
casi sin dejarme respirar.
A veces me parece escuchar
el eco de su llanto
en las noches.
Pero también
es ella
quien me enciende
cada vez que juego
cada vez que sueño
que arriesgo
a ciegas
y me responde con sabiduría
cada vez que me enredo
en la madeja mental
que no da tregua.
Ya no estamos en disputa,
ya nos hemos abrazado.
Solo que algunas veces
como hoy
quisiera viajar al pasado
y regalarle
las palabras
que la defiendan
de todo eso que sabía
que le dolía
que la lastimaba
y la desprotegía
pero aún
no podía decirlo.

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