¿HAZAÑAS?

Acabo de leer un artículo de Arturo Pérez-Reverté y me escarallé de risa, pero al mismo tiempo, me dolió en el alma y me dolió por lo que es la condición humana. Resulta que un tío joven y deportista y español en concreto, se le dio por dar la vuelta al mundo en bici y llegó a Pakistán y quiso pasar por una zona de gran peligro, por la proliferación de talibanes, yihadistas y narcotraficantes. Y a pesar del peligro de la  empresa el tío se empeño en realizarla, por el camino se quedaron  muertos siete guardias escoltas y nueve más fueron heridos. El españolito salió vivo y lo depositaron en la embajada española.

O sea que su gran proeza solo tuvo ese pequeño precio, siete vidas humanas y él publicando en su blog su gran hazaña, vamos como si nada, total siete vidas también tiene un gato. Y ahora pongo algo de texto de Arturo Pérez-Reverté. Hay demasiado aventurero así, me parece. Gente convencida de que la vida real es como las películas donde suelen salvarse los buenos. O, como parecen opinar demasiados buenistas, incautos y bobos, que todos los seres humanos comparten el buen rollito respecto a lo sagrado de la vida humana y tal; cuando, en realidad, en la mayor parte del planeta la vida humana no vale una puñetera mierda. Que se lo digan a Pippa Vaca, aquella artista italiana que hacía autoestop vestida de novia para probar la bondad universal; y que, naturalmente -el mundo se rige por horrores e infamias naturales_, fue violada  y estrangulada en Turquía, no por ser mujer sino por ser gilipollas.

Bueno, pues tiene menos delito lo de la Pippa Vaca, pues al fin y al cabo se lo hizo sola. Pero lo del aventurero deportista si que debía estar penado. Final feliz para el atontado que cruzó en bici Baluchistán y que dejo siete cadáveres tras su estela, pero eso ¡que importa!, si estamos en la sociedad de los logros personales y más si son peligrosos. Y es más llego a preguntarme hasta que punto, en el mundo idiota en que vivimos, una aventura personal tiene derecho a pedir protección. Yo pienso que no debía tener ninguna.

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JULIO CORTÁZAR