EL SILENCIO

La cosa va de que todos seres humanos y de que por tanto tenemos nuestras necesidades y anhelos, en algunos coincidiremos, pero en otros, no, también puede ser que no coincidamos en ninguno, ¡hay de todo en la viña del señor!. No dejo de preguntarme que tengo yo que ver por ejemplo con mi vecindario o con el personal que compra en la misma tienda, bueno sí que vivimos al lado o que compramos en el mismo sitio. Hasta ahí llego, pero por lo demás no tenemos nada que ver, salvo que somos humanos y que andamos sobre dos patas.

Sobre el cerebro de cada uno prefiero no opinar y porque me llevaría a conclusiones demasiado fuertes y sinceras, pues el mundo está lleno de descerebrados y alguno de estos seguro que está dentro de mi vecindario. Yo con mi vecindario un saludo de buenos días o de buenas noches y punto. No hay nada que me una a esas personas, bueno las paredes de la casa, pero para eso están las paredes, para que cada uno haga lo que le plazca dentro de ellas. No molestar, ni ser molestado, no enturbiar la convivencia y por supuesto que no te la enturbien a ti.

Ese es mi único principio y no es pedir tanto. Ahora resulta que estoy en la trastienda de mi casa y añoro los gritos de los vecinos más próximos y a las lindezas que se decían. Que si tu eres una mierda y eres un hijo de puta y tú un ladrón y que nunca te preocupaste de tus hijos e iban levantando el tono y hasta el punto que yo pensaba que lo siguiente era partirse la cara mutuamente. Pero creo que nunca llegaron a levantar las manos, vamos que nunca que yo supiera. Antes asomabas la cabeza por ésta parte de mi casa, que frecuento muy pocas veces y la música siempre era la misma, bronca y gritos. Supongo que ahora que predomina el silencio, la cosa acabaría mal, pero en realidad no me importa como acabara la cosa, lo que me importa es que volvió el silencio, el silencio siempre agradecido.

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JULIO CORTÁZAR