Mi problema no es saber tomar una decisión, es al revés, las decisiones las toma muy fácilmente. Me ayudo para eso, en mi carácter ardiente y pasional. Mi problema no es que no las piense dos veces, pues las pienso 50 veces. Entonces mi problema está, en no saber medir las consecuencias de mis decisiones, es decir, pongo la decisión por delante y ya después, vendrán las consecuencias. Las consecuencias suelen ser catastróficas y así se queda todo el monte arrasado.
Primera pregunta, ¿para qué?. Sí, para dar gusto a todo eso que se piensa y que no se dice, para soltar todo el veneno que llevas dentro, para que la otra persona se entere de que tú ya te has enterado de que va. Bueno, pues todo esto, son desahogos, pero eso sí, son pensamientos sinceros. Y al parecer hoy en día la sinceridad está reñida a como debe ser nuestro comportamiento, porque más que decir lo que piensas, primero tienes que ser empático y tienes que saber escuchar.
Vamos, que tienes que tratar de entender los argumentos del contrario. Primero escuchas toda su puta vida con pelos y señales y siempre tienes que decir la dejadilla "de yo te entiendo" y de tanto escuchar, al final se te olvida lo que le ibas a decir. Y además que importa, pues después de tanto sufrimiento que has escuchado, ya no te quedan ni ganas de decir nada. Al final, le acabas dando unos sabios consejos y le prestas tu hombro para que llore y claro mientras tanto, la sinceridad se ha ido al carajo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario