A veces me pasa que veo el PUENTE de San Francisco y me quedo colgado..., me quedo colgado de esa ciudad tan peliculera, me quedo colgado de sus grandes y empinadas cuestas, de sus tranvías y de que no sé como pueden trepar por ese ángulo de casi 90º, de sus edificios de variado colorido, de como puede haber tantos disparos por sus calles y aunque sean disparos de película y es que desde la lejanía: yo amo a San Francisco. Y en cambio otras veces, veo ese mismo PUENTE y me viene a la mente el Puente de Mapfre, ese que te lleva a la jubilación y entonces me acuerdo de los seguros de jubilación, de las seguros de los coches, de los seguros antirobo, de los seguros de vida y de toda esa mierda que nos venden y ahí pienso: yo no amo el mundo de los seguros.
Y en otras ocasiones, me pasa que ese punte me parece el puente de la ría de Vigo y llamado en concreto, Puente de Rande y me acuerdo de mi Vigo natal y también de sus cuestas, que sino son como las de San Francisco, son como parecidas. Me acuerdo de las mejilloneras flotando en la ría y de esos atardeceres mirando hacia las Islas Cíes y como el sol, que sabe mucho, se esconde detrás de sus sombras. De Vigo lo recuerdo todo y es lógico, pues yo nací allí hace 59 años y no hace 59 siglos y recuerdo especialmente las tardes de verano, tardes de sol entre las hojas de la parra o del ciruelo japonés o debajo de aquél manzano o peral, pues mis recuerdos siempre se adornan de árboles frutales y de hojas de parra. Y de nuevo pienso: yo amo a mis recuerdos y entre ellos, está mi Vigo.
Y por fin, la noria se para con el Puente de Cádiz, mejor dicho, con los Puentes de mi Cádiz, pues son dos y son tan hermosos como su cielo azul brillante. Y ahí, recuerdo sus barcas mecidas por los vientos, su sol caliente y nunca arrepentido, su salitre, su aire traído de África, sus inmensas playas blancas inmaculadas, sus mareas bajas llenas de espejos, su acento, sus dejes, su aroma a jazmín y madreselva, sus gentes, sus ganas...y para que después digan, que el clima no influye en la vida y eso lo dirán los que en su vida salieron de su lugar de nacimiento y porque si antes hubieran pasado por Cádiz, no lo dirían y ni siquiera se hubieran atrevido a pensarlo. Y ahí, ya no pienso nada, pues en la descripción está el placer de mi viaje y es que en realidad, yo amo todo lo que he vivido y he sentido.
Y en otras ocasiones, me pasa que ese punte me parece el puente de la ría de Vigo y llamado en concreto, Puente de Rande y me acuerdo de mi Vigo natal y también de sus cuestas, que sino son como las de San Francisco, son como parecidas. Me acuerdo de las mejilloneras flotando en la ría y de esos atardeceres mirando hacia las Islas Cíes y como el sol, que sabe mucho, se esconde detrás de sus sombras. De Vigo lo recuerdo todo y es lógico, pues yo nací allí hace 59 años y no hace 59 siglos y recuerdo especialmente las tardes de verano, tardes de sol entre las hojas de la parra o del ciruelo japonés o debajo de aquél manzano o peral, pues mis recuerdos siempre se adornan de árboles frutales y de hojas de parra. Y de nuevo pienso: yo amo a mis recuerdos y entre ellos, está mi Vigo.
Y por fin, la noria se para con el Puente de Cádiz, mejor dicho, con los Puentes de mi Cádiz, pues son dos y son tan hermosos como su cielo azul brillante. Y ahí, recuerdo sus barcas mecidas por los vientos, su sol caliente y nunca arrepentido, su salitre, su aire traído de África, sus inmensas playas blancas inmaculadas, sus mareas bajas llenas de espejos, su acento, sus dejes, su aroma a jazmín y madreselva, sus gentes, sus ganas...y para que después digan, que el clima no influye en la vida y eso lo dirán los que en su vida salieron de su lugar de nacimiento y porque si antes hubieran pasado por Cádiz, no lo dirían y ni siquiera se hubieran atrevido a pensarlo. Y ahí, ya no pienso nada, pues en la descripción está el placer de mi viaje y es que en realidad, yo amo todo lo que he vivido y he sentido.
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