Me asombro de como el tiempo ha pasado sin tregua y sin mucho escándalo,
como ha pasado
desde aquellas cortas tardes otoñales
a éstas lánguidas noches casi imperecederas.
Me asombro como ha pasado
desde aquellos vientos desatados por sus costuras
a éste maldito mar calmo y tranquilo
que corroe mis entrañas de tanto aburrimiento.
Me asombro como ha pasado
desde aquellos días inciertos del mes de septiembre
a estas noches de tedio, sudor y casi agonía
que anuncian la llegada de noviembre.
Me asombro de asombrarme cada día un poco más,
yo, que me consideraba un taciturno asombrado
y hecho y fuerte y entero y maduro
y dueño de si mismo y de lo que le rodea,
pues ahora,
no salgo de mi estado de asombro
y porque duermo bajo las oscuras sombras del ayer
y me deslizo entre ellas como una serpiente sin pies ni cabeza,
y abro y cierro puertas en un mundo lleno de sombras y silencios,
y lo que más me asombra de todo,
es que entre tanto lio,
ni siquiera encuentro mi propia sombra.

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