En 1833, una tormenta de meteoros 

Mes tras mes, la órbita de la Tierra atraviesa regiones de nubes de polvo, hielo y rocas dejadas por el paso de distintos cometas cerca del Sistema Solar interior. Cuando estas partículas entran en contacto con la atmósfera, arden hasta alcanzar más de 6,000ºC y producen destellos que atraviesan el cielo nocturno fugazmente, dando forma a una lluvia de estrellas.

Con más de 100 meteoros por hora en las noches de actividad máxima, las Perseidas (agosto) y las Gemínidas (diciembre) son las dos lluvias de estrellas más populares debido a su intensidad. Si su pico coincide con una noche despejada y la Luna nueva, el espectáculo está asegurado.

Sin embargo, existe un fenómeno capaz de multiplicar por diez la intensidad de las lluvias de estrellas más populares y provocar miles de estrellas fugaces por hora en una noche: las tormentas de meteoros.

Las Leónidas de 1833: la noche que el cielo se cayó

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Grabado de una tormenta de meteoros sobre una población rural (1833). Ilustración: Getty Images

La madrugada del 12 de noviembre de 1833, la costa este de Estados Unidos fue testigo de la primera tormenta de meteoros de la era moderna. La intensidad de los meteoros fue tal, que el cielo se iluminó con decenas de miles de bolas de fuego por hora y provocó que durante los siguientes años, los astrónomos se interesaran cada vez más por comprender el origen de las lluvias de estrellas.

La tormenta de meteoros ocupó las portadas de los principales diarios en Estados Unidos y se convirtió en un tema popular durante el resto del año. Las crónicas de periódicos locales como el Richmond Enquirer o la Phoenix Gazette relataban cómo el cielo se cayó durante 9 horas, en las que quienes no despertaron por el resplandor que se colaba por las ventanas, lo hicieron entre gritos de fascinación y miedo.

Al amanecer de la mañana siguiente, Denison Olmsted, un profesor de la Universidad de Yale que presenció impactado el fenómeno, escribió un comunicado que se publicó en el Daily Herald con la intención de recolectar la mayor información posible sobre lo que ocurrió la noche anterior. La carta fue replicada en revistas y periódicos de todo el país y decenas de suscriptores respondieron contando detalles sobre la tormenta. 

Se trató de uno de los ejercicios de observación científica ciudadana más famosos de la historia y gracias a las decenas de testimonios, los astrónomos coincidieron en que el radiante (el punto del que parecen surgir la mayoría de meteoros) de la lluvia de estrellas más intensa de noviembre era la constelación de Leo. Desde entonces, se identificó a esta lluvia de estrellas como las Leónidas.

Los cometas y las lluvias de estrellas

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Un grabado de 1833 ilustra tormenta de meteoros de las Leónidas sobre las cataratas del Niágara. Foto: Universal History Archive/Universal Images Group via Getty Images

En 1866, los astrónomos Ernst Tempel y Horace Tuttle descubrieron (cada uno por su cuenta) un cometa cuyo tránsito por los planetas interiores del Sistema Solar coincidía con las tormentas de Leónidas, que ocurrían cada 33 años. 

El cometa fue bautizado como Tempel-Tuttle y un año después, el astrónomo italiano Giovanni Schiaparelli concluyó que todas las lluvias de estrellas provenían de un cuerpo progenitor y que éste no podía ser otro que los cometas.

Desde entonces, cada mediados de noviembre los astrónomos esperan la llegada de las Leónidas, una lluvia de estrellas considerada de intensidad baja-media (de 10 a 20 meteoros por hora), pero impredecible en los picos que pueden dar lugar a una tormenta.

Y aunque en la actualidad existen distintos modelos para pronosticar la intensidad de las Leónidas año tras año basados en las nubes de polvo dejadas por el paso del Tempel-Tuttle en sus tránsitos más recientes, aún hacen falta más datos para establecer con precisión cuándo será la próxima ocasión en que una región del planeta atraviese una enorme nube de polvo cósmico y se den las condiciones para observar una tormenta de meteoros.