Hay viajar...viajar y un largo e infinito suspiro...que nunca se terminará de cerrar. En sí, el hecho de viajar no me gusta nada y lo que me gusta es adonde me dirijo, hacia ese lugar soñado y ansiado, pero el hecho de viajar para mi casi perdió todo su encanto y porque desde que hay aviones comerciales e inmensos aeropuertos, la temática romántica del viajar se desmoronó como un castillo de naipes. A mi me gustaba viajar en antiguos coches que no pasaban de 100 kilómetros y el poder parar en cualquier sitio o bar o posada que tuviera una vieja parra de uvas que me cobijara bajo su sombra y unas mesas de granito y mientras ibas degustando lo mejor de ese lugar. Y después, seguir atravesando los pueblos por el medio y descubriendo así sus entrañas vitales del lugar y dejarte llevar por el ritmo más pausado que marcan los pequeños pueblos.
Y como no y los viejos y entrañables trenes, trenes de muchos vagones y que llegaban hasta el infinito y más allá. De lo primero que me quedo de los trenes son con sus estaciones, con sus preciosas estaciones llenas de viejos ornamentos de hierro fundido y techos inmensamente altos y esa cafetería cutre siempre llena de sombras de despedidas. Me gusta ese aire lánguido y triste a despedida y porque siempre me gustaron más las despedidas que los recibimiento. Y ese aire melancólico que tienen las auténticas y antiguas estaciones de tren, solo se consigue a base de ver pasar gente y percibir sus sensaciones. El recibimiento es fácil, recibes, te abrazas y te das un beso insondable, pero te vas contento y dichoso y porque lo que esperabas lo has conseguido y además, lo llevas entre tus brazos. Y a mi gusta más el deje, el sentir que pierdes algo en lo físico y ya depende de ti y de la persona despedida, que mantengas más adelante ese hilo mental con ella.
Y lo segundo que me gusta de los trenes, son sus vagones, sus viejos vagones de madera noble y desgastada por el paso de innumerables huellas humanas y sus largos pasillos llenos de reflejos y sombras y sus chirridos que suenan a almas desgarradas y abiertas de carnes y hasta el revisor con su ridículo sombrero y su pito en ristre, me gusta. Y sus olores y su karma y su alma y me estoy dando cuenta, que yo no debí vivir en la actual época y debí haber nacido en los años 20 y eso se llama tener una DISLEXIA HISTÓRICA.
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