Hoy fuí a mi médico, si porque aunque yo sea médico, tengo mi médico y porque sino sería un auténtico desastre y lo sé, porque durante mucho, pero mucho tiempo, yo fuí mi propio médico y claro, tomaba esto y no hacía lo otro y si alguna pastilla que caía en mis manos, me parecía más simpática que las que yo tomaba, la introducía en mi arsenal pastillero y yo me quedaba tan tranquilo. Y puede sonar a exagerada la cosa, pero os juro y por mis muertos, que así era el como yo llevaba mi tratamiento, claro, que de aquellas no tenía que zamparme tal cantidad de pastillas como ahora.
Y ya cuando me puse loco del coco (pero de verdad), ya fue la hostia. Me tomaba lo que me daba la gana y como los yonquis, funcionaba mejor con las pastillas de colores y si era de color muy vivo y llamativo, me la tomaba sin pensarlo dos veces. Con lo cual es fácil pensar cuales fueron los resultados: que me tuvieron que encerrar un mes entero en el maniconio y tomando las pastillas como un niño pequeño y niño enséñame la lengua y para ver si te la has tragado. Por cierto un manicomio muy característico, pues era sólo para personal sanitario y porque mi mala praxis es demasiado común entre los sanitarios: todos se automedicaban y tomaban sus propios tratamientos.
Así que en el manicomio éramos locos sanitarios, y todos pasados de tuerca y sabiendo que ese manicomio era nuestra última esperanza y porque sino ¿adonde íbamos a ir?. Un loco, puede ser un loco, pero un médico loco, no puede estar tan loco y porque ha estudiado medicina y tiene encima todo el peso de la ciencia y de la ley. Pues os aseguro que había verdaderos cencerros y que había muchos que sabíamos que no tenían cura y que por desgracia, ya serían carne de cañón de los maniconios (vamos, que no saldrían de allí en su puta vida). Pero bueno y vamos a lo positivo, algunos nos salvamos de la quema y porque en el fondo y en mi caso en concreto, yo creo que nunca estuve loco del todo, sólo estuve un poco confundido (esto decimos siempre todos los locos a los normales) y una vez aclarada mi mente de tantas ideas locas, tuve que salir de allí escopetado.
Y ya cuando me puse loco del coco (pero de verdad), ya fue la hostia. Me tomaba lo que me daba la gana y como los yonquis, funcionaba mejor con las pastillas de colores y si era de color muy vivo y llamativo, me la tomaba sin pensarlo dos veces. Con lo cual es fácil pensar cuales fueron los resultados: que me tuvieron que encerrar un mes entero en el maniconio y tomando las pastillas como un niño pequeño y niño enséñame la lengua y para ver si te la has tragado. Por cierto un manicomio muy característico, pues era sólo para personal sanitario y porque mi mala praxis es demasiado común entre los sanitarios: todos se automedicaban y tomaban sus propios tratamientos.
Así que en el manicomio éramos locos sanitarios, y todos pasados de tuerca y sabiendo que ese manicomio era nuestra última esperanza y porque sino ¿adonde íbamos a ir?. Un loco, puede ser un loco, pero un médico loco, no puede estar tan loco y porque ha estudiado medicina y tiene encima todo el peso de la ciencia y de la ley. Pues os aseguro que había verdaderos cencerros y que había muchos que sabíamos que no tenían cura y que por desgracia, ya serían carne de cañón de los maniconios (vamos, que no saldrían de allí en su puta vida). Pero bueno y vamos a lo positivo, algunos nos salvamos de la quema y porque en el fondo y en mi caso en concreto, yo creo que nunca estuve loco del todo, sólo estuve un poco confundido (esto decimos siempre todos los locos a los normales) y una vez aclarada mi mente de tantas ideas locas, tuve que salir de allí escopetado.

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