A VISTA DE PÁJARO

 Le doy vueltas a todo. Empiezo por la mañana temprano y  en cada segundo le doy una vuelta más y así al final queda un paño estrujado, arrugado, denso y espeso. A veces pienso en el efecto boomerang, o sea pienso y decido una cosa y después otra y al final esas dos cosas vienen acrecentadas y como olas gigantes, o sea, que me llegan con mucha más fuerza. Y de nuevo empieza la rueda, la traca, la noria y por último, se presenta el mareo de la noria. Es exagerado lo de marearse, pero es una forma de expresarse o sea que no me mareo, pero casi. El vértigo, me parece más acertado, el vértigo, el puto vértigo, el que te da cuando estás a los pies de un precipicio o de un veinteavo piso. Y hablando de eso, de alturas, lo más alto que viví fue en un piso 18, allí en una torre horrible que aún hay en A Coruña. El sitio era una pasada, pues daba a la playa de Riazor, la playa de la ciudad, pero lo que era en sí el edificio, era un cagarro de mierda sólo que demasiado alto.

Allí en A Coruña, el viento sopla que pela y éste cucurucho de edificio estaba construído frente al mar, dando la cara (océano Atlántico), y cada vez que el viento se cabreaba (que en otoño e invierno, eran muchas veces) había pequeñas oscilaciones en todo el edificio, no eran grandes movimientos pero sí pequeños vaivénes. Aparte que el viento se filtraba por los resquicios de las ventanas, que eran muchos y grandes, sobre todo por ser casa alquilada que no se repara con muchas ganas. Así que el silbido del viento era la música de fondo, que suena muy romántico pero cuando la tienes todo el día pegada a tu oreja, es para volverte loco. Ahora las vistas, las vistas eran perfectas, eran unas grandes vistas, y lo más curioso de todo, es que para mí la mejor vista no era el mar, la mejor vista para mi, era las vistas de la ciudad. Desde allí arriba, dominando la ciudad, las luces de neón, los semáforos de colores, los faros de los coches, las luces de las casas, era un paisaje completo, un paisaje de urbanita.

Yo no tengo que olvidar, que al mar, lo he visto por todos los lados y por todos los ángulos y desde todas las perspectivas, por tanto, verlo desde la cima, me gustó, claro que me gustó, pero no pasó de gustarme y en cambio, ver a la ciudad desde allí arriba fue una alucinación a colores, además que esa vista te ponía y como te ponía, te llenabas como un pavo real al ver al mundo rendido a tus pies, ¡que sensación de poderío!. La misma sensación o parecida, la tuve hace poco, cuando en Barcelona subí a la torre de telecomunicaciones o torre de Norman Foster, sí, el que se casó con aquella tía que por la tele nos daba lecciones sobre el sexo, que manda carallo, lecciones sobre sexo, pero bueno alguien tenía que darlas, además que su principal virtud es que era una comunicadora muy buena, lo del sexo sólo era el guión que le tocaba. Pues éste pirulí está en la parte más alta de Barcelona y se tienen  que subir doce plantas y entonces desde allí arriba te sientes el amo del mundo y del cotarro, ¡que sensación!, ¡que plenitud!, ¡que borrachera de los sentidos!. A éste pirulí se debe subir cantidad de veces el Artur Más, para ponerse y sentirse el amo de Cataluña, pues no sólo se ve Barcelona, también se ven las grandes ciudades de su alrededor, el que llaman el cinturón industrial de Barcelona..



 


Le doy vueltas a todo. Empiezo por la mañana temprano y  en cada segundo le doy una vuelta más y así al final queda un paño estrujado, arrugado, denso y espeso. A veces pienso en el efecto boomerang, o sea pienso y decido una cosa y después otra y al final esas dos cosas vienen acrecentadas y como olas gigantes, o sea, que me llegan con mucha más fuerza. Y de nuevo empieza la rueda, la traca, la noria y por último, se presenta el mareo de la noria. Es exagerado lo de marearse, pero es una forma de expresarse o sea que no me mareo, pero casi. El vértigo, me parece más acertado, el vértigo, el puto vértigo, el que te da cuando estás a los pies de un precipicio o de un veinteavo piso. Y hablando de eso, de alturas, lo más alto que viví fue en un piso 18, allí en una torre horrible que aún hay en A Coruña. El sitio era una pasada, pues daba a la playa de Riazor, la playa de la ciudad, pero lo que era en sí el edificio, era un cagarro de mierda sólo que demasiado alto.
Allí en A Coruña, el viento sopla que pela y éste cucurucho de edificio estaba construído frente al mar, dando la cara (océano Atlántico), y cada vez que el viento se cabreaba (que en otoño e invierno, eran muchas veces) había pequeñas oscilaciones en todo el edificio, no eran grandes movimientos pero sí pequeños vaivénes. Aparte que el viento se filtraba por los resquicios de las ventanas, que eran muchos y grandes, sobre todo por ser casa alquilada que no se repara con muchas ganas. Así que el silbido del viento era la música de fondo, que suena muy romántico pero cuando la tienes todo el día pegada a tu oreja, es para volverte loco. Ahora las vistas, las vistas eran perfectas, eran unas grandes vistas, y lo más curioso de todo, es que para mí la mejor vista no era el mar, la mejor vista para mi, era las vistas de la ciudad. Desde allí arriba, dominando la ciudad, las luces de neón, los semáforos de colores, los faros de los coches, las luces de las casas, era un paisaje completo, un paisaje de urbanita.
Yo no tengo que olvidar, que al mar, lo he visto por todos los lados y por todos los ángulos y desde todas las perspectivas, por tanto, verlo desde la cima, me gustó, claro que me gustó, pero no pasó de gustarme y en cambio, ver a la ciudad desde allí arriba fue una alucinación a colores, además que esa vista te ponía y como te ponía, te llenabas como un pavo real al ver al mundo rendido a tus pies, ¡que sensación de poderío!. La misma sensación o parecida, la tuve hace poco, cuando en Barcelona subí a la torre de telecomunicaciones o torre de Norman Foster, sí, el que se casó con aquella tía que por la tele nos daba lecciones sobre el sexo, que manda carallo, lecciones sobre sexo, pero bueno alguien tenía que darlas, además que su principal virtud es que era una comunicadora muy buena, lo del sexo sólo era el guión que le tocaba. Pues éste pirulí está en la parte más alta de Barcelona y se tienen  que subir doce plantas y entonces desde allí arriba te sientes el amo del mundo y del cotarro, ¡que sensación!, ¡que plenitud!, ¡que borrachera de los sentidos!. A éste pirulí se debe subir cantidad de veces el Artur Más, para ponerse y sentirse el amo de Cataluña, pues no sólo se ve Barcelona, también se ven las grandes ciudades de su alrededor, el que llaman el cinturón industrial de Barcelona..

 



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JULIO CORTÁZAR