Nueve meses después, nací yo, en un triste día, triste para los demás no para mí, el día 5 de Febrero de 1956. Un día frío y lluvioso de invierno y lo primero que ví al asomar mi cabeza fué el mar, pues lo tenía de frente. Más que verlo lo intuí, pues sobre el mar de la ría de Vigo, la niebla extendía su guante blanco. De nueva la niebla, mi compañera y amiga. Mi infancia fue una lucha titánica entre los claroscuros: hubo días de luz brillante, así como hubo otros días oscuros y negros. A veces recuerdo éstas épocas, como cuando en verano uno estaba a la sombra de la parra de un viñedo y las hojas de la vid las movía el viento, eso creaba una lucha de claroscuros, el sol y la sombra, la sombra y el sol, haciendo un juego de luces alucinante y siempre brillante. Mi infancia transcurrió entre los dos polos y en su conjunto, recuerdo mi infancia con niebla o sea no salía el sol pero tampoco era la oscuridad absoluta. Las sombras, las sombras vivían en la niebla y de vez en cuando me daban miedo, pues se transformaban en monstruos oscuros, como negras sombras cambiantes y amenazantes.
En mi pubertad y hasta los 25 años me sacudí la niebla, me la quité de encima y no por un proceso de un profundo pensamiento, que va, era sólo que fuera y a mi alrededor, había demasiados estímulos para ser vividos, por lo que me dediqué a revolucionarlo todo y a vivir a tope. Después de los 25 años y hasta hace un año, quitando algunos preciosos años en que disfruté como un jabato con mi mujer e hijos, la niebla volvió conmigo. Fueron años de duras luchas internas, de agobios de trabajo, de oposiciones, de más trabajo y de engaños y desengaños. Ya digo que por el medio quedaron pequeños claros, que me sirvieron para cargarme las pilas, pero fuera de ésos períodos volvía la niebla, de nuevo la niebla y las sombras, las sombras que siempre me acompañaron, las que me mecieron dentro del seno materno, las que me amamantaron, las que me dieron la mano cuando fuí niño, las sombras de la dudas de mi pubertad, las sombras después de la Universidad, las sombras que había en algunos pacientes, las sombras que dejaron los muertos, las sombras de rastros inútiles búsquedas, las sombras de amores rotos, la sombra del olor a sangre, de un hueso aplastado y roto y su doloroso dolor, la sombra de los espíritus mágicos y la sombra del viento.
Mis fantasmas a veces acuden de nuevo a mi y entonces me cuentan y me dicen los secretos olvidados. Ellos son los que me contaron mis vivencias en el útero materno, en mi infancia, y en el resto de mi recorrido y ahora a los fantasmas los veo en los cruces de las calles, en los semáforos, y hasta en los ojos de un niño y gritan y gritan como una sirena de ambulancia y allí vamos hacia otra posble muerte y a resucitar a un fantasma y masaje y reanimación, todo es pura adrenalina, la que se le pone al fantasma y la que nosotros segregamos y sangre y ojos abiertos y aspirar y hacerle respirar y cuidado no tires ese frasco y sigue dando el masaje y sudor y sudor hasta que el sudor te niebla la vista y de nuevo la niebla, la niebla de la adrenalina. Y el tío sale o no sale, pero tú te llevas a otro fantasma a casa y días y noches en que se aparece en cada esquina de tu vida, fantasmas en manifestaciones, fantasmas en la cama y fantasmas que no te dejan dormir: insomnio, angustia, y pesadillas. La trilogía que no te deja dormir, la trilogía maldita.
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