Y perdónenme ustedes y porque no es mi idea el faltar a alguien y yo uso le tipo o tipa indistintamente y no es pretensión e intención el faltar a alguien. Lo digo por que he dicho tipa a aquella psicóloga que tanto me cuidó. Claro que yo soy dado a decir palabras que parecen que faltan al respeto a alguien y en este caso en concreto, a una persona determinada y cuando mi verdadera intención es la contraria. Yo desde aquí le quiero mandar saludos y unos cuantos kilos de besos y una vez hecho esto, me despediré de nuevo de ella y porque lo último que se me ocurriría es querer otra sesión con ella y para que me insista en lo que me insistía antiguamente y erre que erre con mi puta infancia. Bueno y a todo esto, han pasado como 12 años y puede que ya esté más muerta que viva o que se haya jubilado y que sea más feliz que una perdiz. En ese mismo sitio donde me atendía esta señora de la que tengo un grato recuerdo, también me hacían pasar por el aro de un tipo que se hacía llamar psiquiatra y claro que era un psiquiatra pero que era un pedazo de cabrón con todas sus letras. Y el menda se cogía unos cabreos conmigo que hasta me hacía pensar que estaba ante la niña del exorcista. Y eso me hacía pensar en que no sabía quién era quién y no sé si yo era el psiquiatra y él era el paciente al que yo tenía que ponerle el tratamiento y porque pensaba que el tío entraba en brote. Lo recuerdo, embutido en una bata blanca que llevaba mal planchada y con esa corbata hortera que parecía comprada en la feria de su pueblo y en un día de resaca y tras una noche de drogas y borrachera. Pues el menda quería darme lecciones de como había que vivir y de esa forma tan aburrida a como el vivía su vida. Me quería hacer de la secta del aburrimiento y con esa cara de cartón plastificado y aquél pelo repeinado que le hacía ser más robot todavía. Ni un esboso de sonrisa, ni una mirada de un ser sangre caliente, ni un solo gesto facial que le ablandara su cara de cera. Ni un saludo de despedida y nos vemos el próximo día. Era como hablar como una piedra dura y puntiaguda. Lo único que sabía hacer, era clavarme su mirada de hiena cuano no le gustaba lo que le decía o cuando desaprobaba uno de mis gestos y hasta mis gestos le molestaban. Hierático es poco decir. Y yo cuando acaba aquella tortura con él, trataba de saber y de adivinar, porque habían contratado como psiquiatra a aquél pedazo de hielo que nunca había conocido la empatía y el ser un poco amable con los pacientes.
Aunque ahora que lo pienso, yo creo que el tío era así conmigo y que ante los demás pacientes se comportaba de otra forma, como un poco más amable y como un poco más empática. Intenté buscar otras opiniones, pero como aquello era un loquero verdadero y todo dios andaba como los zombis y por la cantidad de tranquilizantes que nos metían en el cuerpo. Yo de hecho, hacía mis trampas y hacía como si me las tragaba y cuando me daba la vuelta las escupía en mi mano, aunque algunas veces no me quedaba otro remedio que tragarlas y porque el control era exhaustivo y minucioso. Yo siempre fui muy mío y hasta en el puto psiquiátrico era muy mío y me desahogaba jugando al ping pong como dos o tres horas al día y después me iba una hora al gimnasio. Y esa era mi verdadera terapia de tranquilizantes y por eso salí de aquella cárcel psiquiátrica, hecho un toro de músculos y con cuerpo de modelo. Yo hablaba mucho con mis compañeros de aquél loquero y cada uno contaba su batallita y porque estaba allí y porque algunos solo deseaban irse de allí y porque otros tenían miedo de salir de aquella trena que no tenía rejas físicas pero que si tenía rejas echas con medicamentos que te impedían poder salir de allí. Hablábamos mucho, nos reíamos también mucho y pensábamos que los normales eran los irreales y los locos, que éramos nosotros, estábamos hechos de otra materia que nos hacía ser invisibles a ojos de los normales.
Había muchos que tenían mucho miedo cuando les dieran el alta y porque de nuevo, tendrían que enfrentarse a los mismos fantasmas y que antes de estar allí, les habían doblegado o quebrado. Un miedo cuando menos que patológico, un miedo a la normalidad y a ser juzgados como locos reciclados. Cuando de vez en cuando nos soltaban a la calle y para que nos diéramos una vuelta de dos o tres horas, nosotros éramos como seres de otro mundo que observaban a los seres normales y tal y como si fueran seres que andaban a toda prisa o que corrían tras el bus o que gritaban de una manera tan burda y a veces, tan agresiva, que hacía que nos uniéramos más entre nosotros. Y es que el mundo y la vida y vistas desde otra dimensión, no tienen nada que ver con la visión que ahora tenemos y como seres normales y normalizados. La vida tiene muchas caras y es bueno, conocerlas a todas y en todos sus ángulos.

No hay comentarios:
Publicar un comentario