Y es que me dejé llevar,
me dejé llevar por la rabia,
y brotaron palabras como puñales,
y la mirada se cubrió de odio,
y saltaron chispas y lágrimas,
y el rugido del mar no se escuchaba,
y la arena me molestaba,
y sólo pedía un remanso de descanso,
un segundo o un minuto,
o un fuera de juego,
algo que me sirviera de pausa,
y para profundizar en mis respiraciones,
profundas y tan profundas como el fondo de tús ojos,
y que todo se calmara, y volviera a su sitio,
y por fin y al fin, me durmiera entre tús piernas.
Es que a veces la rabia me puede,
y no necesito que nadie me muerda,
a mi me llega con una mirada desafiante,
o un gesto de poner orden,
o de imposición o de que porque yo lo digo,
o un grito cuartelario
y con voz de mando y ordeno,
y atente a las consecuencias,
y ahi, entonces el cuello me gira,
y me da vueltas como una peonza,
y me sale espuma y saliva por mi boca,
y me pongo a escupir al cielo,
y ya a partir de ese momento, ya ni me acuerdo.
La rabia me puede y yo no lo comprendo,
me puede y me gana la batalla,
y yo sigo sin entenderlo,
es enfermedad o es que se me va la cabeza,
o soy yo el que no me controlo,
y a lo mejor eso y sólo es eso,
que en el fondo de mi psique enloquecida,
lo que me gusta, es dejarme llevar por ella.

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