DAR LA MANO

Y estoy sentado delante del ordenador y estoy en blanco. Me siento cansado y empanado y puede que sea lógico después del día de ayer, pero no me gusta éste estado, me gusta más el estado de alucinado y de atropellarme con las palabras. Bueno, pues ya son las 11 y ya empieza a ponerse el sol medio tontito, pues ya entró en calor y empiezan los profusos sudores o los sudores incontrolados. Empiezas por la cabeza y sigue el resto del cuerpo y ese estado de humedad continua, ya es la constante del día. Bueno mientras no me suden las manos, todo va más o menos bien. Y lo digo porque hay personas que le sudan las manos hasta en pleno invierno y es irremediable que cuando le das la mano te produzca un poco de rechazo.

Tampoco dices nada, pues ¿qué vas a decir?, que la otra persona ya no sepa. Pero es una sensación un tanto guarra. Y es que irremediablemente lo primero que haces es intentar limpiarte ese sudor ajeno con cualquier cosa y si no hay nada a mano, pues te entran ganas de ir a mear y así lavarte las manos  y de paso cagarte en haberle extendido tú mano. Y hablando de dar la mano, hay diversos estilos. Hay el estilo de apretón normal, el normal y suficiente para sentir la calidez de su mano. Hay el estilo de darla sin ganas y es como dársela a un muerto. Hay el flojo y el que no aprieta, sólo la pone y tú se la sacudes (la mano, claro). Hay la mano sudorosa, la mano fría y aterida y hay el que se pasa de fuerza y que casi te hace daño.

Y hay algún capullo que no te da la da y ni siquiera hace el amago de dártela. Bueno es una forma más de mostrar su desinterés por tú persona y también de dejarte en ridículo, pues tú extiendes la mano y queda suspendida en el aire y entonces no sabes que hacer con ella y por tú cabeza pasa velozmente la idea de si aprovechar el momento, para estrellársela en su cara de mono. Es lo que se llama, una bofetada terapéutica, de esas que de vez en cuando hay que dar y para quitar la tontería ajena. Eso o darle directamente una patada en los huevos, que a veces es más efectiva.

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JULIO CORTÁZAR