DOS POEMAS de JIM HARRISON

 


Sin camiseta, se sienta en su escritorio en un cuarto oscuro en su cabina de Montana. El hedor de la soledad y el cenicero impregnan de suelo a techo. Con una dura voz empapada con un cigarrillo, Jim Harrison le pregunta al entrevistador de la revista Esquire, ′′ te gustaría un poco de vodka?" ya que vierte uno tieso para sí mismo. Son las 4 p. m. en un día de semana.

Harrison era un hombre duro, usado por tiempos difíciles. Fue apuñalado en el ojo cuando era niño. Su padre y su hermana murieron en un accidente de coche cuando tenía veintiuno. Y en la década siguiente, él y su esposa e hija vivieron menos de $ 9,000 al año. Fue entonces cuando escribió su renombrada novela, Leyendas de la caída, que lo puso en el mapa literario. Desde entonces, ha producido 14 libros de poesía, 11 novelas, 9 novillas, 3 obras de no ficción y un libro para niños.
Pero lo que más quería ser recordado era su poesía. ′′ Se supone que debemos escribir poesía para mantener a los dioses vivos," dice con una sonrisa sin dientes.
 

Otro país

Amo estos amaneceres muy húmedos con
mil pájaros que oyes pero
no llegas a ver en la niebla.
Mi viejo y ajeno cuerpo es un extranjero
que lucha por entrar en otro país.
La llamada del somormujo me da escalofríos.
De regreso en la cabaña veo un libro
y no acabo de estar seguro de qué es en realidad.

Muerte otra vez

No nos pongamos románticos ni tristes con la muerte.
De hecho es nuestro acto más singular, junto con
el nacimiento. Pensemos que es como preparar
el desayuno, así de ordinario. Romper dos huevos
en un tazón, o un tazón en dos huevos. Deslizarse
en un ataúd después de drenar los líquidos, o mejor,
deslizarse en el fuego. Claro que es un poco difícil
aceptar tu último beso, tu último trago, tu última
comida, sobre la cual los condenados pueden ser
muy suyos, como si pudiera haber una hamburguesa
con queso enviada por Dios. Algunos amantes indagan
con su ojo interior, pero es sobre todo un plácido
lago al amanecer, niebla creciente, la solitaria llamada
de un somormujo, y mirar el agua inmóvil y opaca.
Como niños, sabremos otra vez todo lo que estamos
destinados a saber: que el agua es fría y profunda,
y el sol penetra tan solo hasta cierto punto.

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JULIO CORTÁZAR