FIESTAS

 

Han pasado las fiestas de este pueblo y por fin. En teoría yo debía ser de fiestas o como se dice en mi Galicia natal, debería ser un "festeiro" y porque desde pequeñito mamé de ellas, pero creo que quizás era porque no tenía otro remedio. De aquellas, eran de los pocos días que te dejaban salir y sin  límite de hora y por eso te agarrabas a las putas fiestas como una garrapata. Poco aprendí en ellas, pues la música era la que era, o sea una mierda pinchada a un palo. La gente iba bebida y pasada como si no hubiera un mañana y pisotón por aquí y empujón por el otro lado y la masa te llevaba en volandas y sin tocar suelo. Bailar, bailar se bailaba todo y además, era una forma como otra cualquiera, de ligar. Y para mí, que lo de bailar era porque los demás bailaban, mi cuerpo nunca me pidió bailar y como en las contadas veces que bailaba, lo hacía más que fatal. Pues eso, que bailar nunca fue mi fuerte. Pero así todo había que bailar y porque sino ¿qué otra cosa podías hacer?. Bailar, sudar y junto al polvillo que se levantaba al bailar, se creaba un amasijo parecido al cemento que nos unía más y más en una masa que solo sudaba y bailaba.

Después quieres hablar y no se oye un carajo y vamos que literalmente te tienen que comer la oreja para intentar enterarte de lo que te están diciendo. Pero claro, a quién se le ocurre ir a una fiesta a hablar, pues a frikis como yo y porque hablar es lo que se me da mejor y uno tiene que enseñar su plumaje, digo yo. Con el paso del tiempo, a fiesta que iba me lo bebía todo y más, pues lo de bailar ya os lo conté, lo de hablar era casi imposible y entonces había que darle a la botella sí o sí. Por eso cogía unas mierdas que para que contaros y a media fiesta ya estaba borracho como un piojo. Había veces que si tenía un campo y una sombra a mano, me iba a dormir la mona durante un rato y a las dos horas, volvía a despertar y para volver a emborracharme de nuevo. Después vendrían dos días de resaca que más vale no recordar.

Claro que cuando vino la moda del bailar suelto me vino como anillo al dedo, pues allí no había normas para bailar y todo era cuestión de soltarse y de dejarse llevar. Pero ni por esas conseguía bailar con gusto, con ganas desatadas y desenfrenadas y sin que nada me importara. Hay personas que bailan como un pato mareado, pero aún así siguen bailando y porque carecen de eso que a mí me inculcaron tanto y tan fuerte, del sentido de la vergüenza y de tener muy sensible la alarma de no hacer el ridículo. Pasaron los años y fue pasando la vida y este menda que ahora está aquí, dejó de bailar, de hablar en las fiestas y por una simple razón, dejó de acudir a todas las fiestas. Y mirar por donde, se arregló todo y de una puta vez por todas, ese problema.


















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JULIO CORTÁZAR