Son las 12 de la mañana y ya es hora de plantearse que coño hago yo de comida. Muy fácil cojo mi chuleta de la dieta, la leo y le hago caso y punto. La cosa va viento en popa y adelgazo mi cuerpo serrano y también regulo mejor lo de mi azúcar zalamero. Profundos pensamientos me entran con lo de la dieta, pienso en ricos estofados de carne, pienso en bañarme en salsas diversas, en fin, que siento un hambre voraz e incontrolada. Tanto que últimamente me entran ganas de comerme a la gente, un brazo por aquí, un muslito por allá y unas costillitas asadas y al dente.Pero bueno, todo se compensa y cuando me peso siento un profundísimo agradecimiento. Mi descenso de kilos empieza a ser importante y ya van 11 kilitos del ala y hasta llegar a los 20 no digo que he triunfado. De momento sigo luchando contra las tempestades creadas por las vacas y los cerdos voladores. Por un chuletón sangriento daría un riñon o un ojo, o un brazo o una pierna o sea daría algo que tenemos por duplicado, ¡tampoco hay que pasarse!.
Y por un helado, frío y agradecido, daría parte de un miembro y en éste caso me da igual que no sea doble. Incluso daría mi miembro principal, ese colgajo que cuelga entre mis piernas y que a veces levanta su cabeza. Y aquí tengo que hacer un inciso reflexivo, con la edad a mi me pasa al revés de lo que dicen que pasa, pues se levanta con más frecuencia y hasta me sirve de punto de referencia para saber si sigo vivo o muerto.A lo mejor lo que hace el tío, es dar los últimos estertores antes de su muerte, pero de momento, ¡que vivan los estertores!.
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