Mis conclusiones son muchas,
quizá sean demasiadas,
pero son las que extraigo de mi cabeza,
y por supuesto de mi propia experiencia,
y las tengo enumeradas de la A a la Z,
en el orden que toca,
y que nos ditan las reglas.
No entiendo mi necesidad, no la entieno,
no entiendo el porque tengo que decir cosas,
el porque tengo que hablarde mí,
y no hacerlo sobre un elefante,
o sobre un oso polar o sobre una valquiria,
e hilando un poco más,
llego sin darme cuenta,
hasta los mismos pies de su majestad, el Rey.
Ahora entiendo menos,
es más, no entiendo nada,
que hace el Rey en el medio,
y que tiene que ver conmigo,
o acaso el Rey, es mi amigo.
Todo en la vida acaba en lo mismo,
y acaba hablando de dios o del demonio,
o en asuntos más terrenales,
aparece el Rey omnipresente,
el Rey de los unos y de los otros,
el Rey en su cacería de cada día,
el Rey con su cadera de cristal,
y el Rey todopoderoso,
el Rey de la selva, el Rey de los osos,
el de los elefantes,
y el Rey triunfante a lomos de su caballo blanco,
y todos al mismo grito,
como el grito de muerte del legionario:
¡Dios salve al Rey!
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