Si tras la verja de mi casa,
hay espacios vacíos,
por donde circula la vida,
dentro de la verja,
está la vida en estado puro.
Y esto no lo digo por decir,
lo digo porque es cierto,
la vida se palpa en cada losa,
en cada pino y en cada fruto de un árbol,
y en cada pensamiento, palabra y deseo,
hasta en los gestos de un niño,
en sus gritos y en sus lloros,
todo es vida en mi jardín del Edén.
La vida florece por todos los rincones,
las flores se rien y divierten,
los jazmines se perfuman de esencia,
y la madreselva trepa y trepa, hasta alcanzar la cima.
Todo en éste jardín olvidado,
es un canto a la vida,
desde el perro hasta la tortuga,
desde un camaleón hasta la voz de un niño,
desde la puerta de entrada a la de salida,
aunque en éste caso, sea la misma puerta,
la única puerta, la puerta del jardín de mi Edén.
Mi jardín es una olla en ebullición,
y es una burbuja de aire,
y en mi jardin las flores no son flores,
son corazones que laten,
y la sombra de la buganvilla,
no es sombra, es una pura delicia turca.
La vida allí, en mi jardín,
está tejida por una araña,
y los hilos que la unen,
son hilos finos de terciopelo,
y en el centro de la telaraña,
aparecen colgadas,
cuatro letras brillantes como soles,
y que el viento las mece con suma delicadeza,
y ellas cuatro, hacen una maravillosa palabra:
¡VIDA!.
La vida se respira y se mastica,
la vida se bebe y corre a raudáles,
la vida está borracha de vida,
la vida se enternece consigo misma,
se envuelve, se revuelca,
y la vida se rie a carcajadas de la vida.
Y éste es mi jardín del Edén,
un jardín que no tiene estatuas,
pues las estatuas carecen de vida,
en cambio hay tres niños preciosos,
tres niños que irradian vida por sus ojos,
y que presiden como reyes, como lo que son,
mi lindo jardín del Edén,
el jardín donde todo lo que hay, rezuma vida.
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