Hace un año más o menos, yo era una cabra suelta por el monte. El mundo
se me hacía pequeño y estrecho y aunque no conociera todos sus
rincones, yo estaba convencido de saber como eran. Y esto no sólo me
pasaba con los lugares y sitios materiales, también me pasaba con las
personas. Estaba convencido que por simple observación yo sabía de que
iba cada uno, me quedaba con sus gestos y sus miradas y su forma de
hablar o de escuchar y con eso ya me era suficiente. No está mal el
observar, observar y hacerlo a conciencia es una virtud o un don, pero
el problema estaba en que mis conclusiones iban a misa.
Ahora parece que ya estoy más sosegado, pero echo de menos aquellos
tiempos convulsos. La caspacidad de obsevar, interpretar, hacer, sentir,
y en fin vivir, era cuando menos que bestial. Me falta aquél ansia
agobiante de querer vivirlo todo y de sentirme el amo y dueño de la
tierra, era como sentirme sobrado y nunca desbordado y con esa capacidad
de absorverlo todo, y reconvertirlo en estímulos positivos. Ahora es
como si me hiciera más humano, más razonable y menos compulsivo y sin
ese punto de locura loca que tenía antes. Supongo que será así, que
después de estar un tiempo subido a la parra tocaba bajar a la plaza y
lidiar con la realidad de cada día. Y también pienso que esa actividad
volcánica que tenía, al final agota, no se puede vivir permanentemente
en el cielo y eso lo digo, porque tiene sus consecuencias.
Yo tuve muchas razones ciertas y objetivas,
pero como no me corté un sólo pelo, fuí almacenando enemigos y éstos en
principio quedaron descolocados y de momento callados, pero al paso del
tiempo, empezaron a devolverme lo que yo les había dado. Y no hablo de
rendición, no señor, de que yo me haya rendido, sino que ahora siento
que he aterrizado y por tanto siento que debo selecionar mis objetivos y
decir las cosas cuando tocan, o tan sólo saber esperar y no creerse por
encima de todos. Seguramente todo esto era producto de salir de una
situación que rayaba la depresión, digamos que era un efecto rebote y
por tanto era necesario, pero también´lo es ahora reconocer que los
tiempos han cambiado y después de una explosión nuclear hay que saber
convivir en los subterráneos.
A medida que escribo esto es como si me sonara a conformismo y no hay
nada más lejos de ello, es seguir luchando pero ésta vez más parapetado o
sea ser más listo en la táctica y en la estrategia. Mostrarme tanto
como me mostraba, me ha traído unas consecuencias que aún las estoy
pagando. Por eso hay que saber dar un paso atrás en mi estrategia, pero
no para rendirme, sino para seguir luchando, sólo que con más defensas y
mejos cubiertas mis espaldas. Había abierto tantos frentes: en el
curre, en los periódicos, con los amigos, con el divorcio y sobre todo
conmigo mismo, que era imposible atender bien a todos los frentes.

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