LAS FIESTAS

De todas formas aclaro que nunca me gustaron las fiestas populares. Cuando más fui, era cuando la época de adolescente y por eso de si podías restregarte con una tía. Vamos que iba entre la masa de gente y con un dedo tocabas a la tía en el hombro y le preguntabas, ¿bailas?. La mayoría de las veces te decían que no, pero seguías la marcha pedigüeña. Y cuando alguna te decía que sí, la cosa consistía en arrimarte lo más posible a la tía y ya el culmen del tema era que sus tetas rozaran tu camiseta. Aquello ya era un triunfo bestial. La verdad es que nunca me pasó de ahí el tema o sea que la cosa acabara en un enrolle y en un lote y menos en un polvo.

Siempre había algún amigo que decía que sí, que se había echado un polvo detrás del palco de la música. Yo lo dudaba y la dudaba viendo el resultado que yo tenía. De todas formas nunca llegó a gustarme éste tema tan bucólico y lo hacía porque había que hacerlo y porque sino te caía el san benito de que eras un mariquita. Ahora no me importaría ese san benito, pero de aquellas épocas en las que querías ser todo un hombre y sin ninguna duda, tenía una importancia bestial.

Después y a posteriori las Fiestas se convirtieron en un calvario, ya carecían de ese aliciente tan animal y casi dejé de ir. Pero bueno, ahora con el paso del tiempo es fácil sacar éstas conclusiones, porque por el medio no siempre lo tuve tan claro y hubo épocas en que por no querer ir a las Fiestas me consideraba un bicho raro y por tanto, me culpabilizaba. Y entonces a veces fui forzado por mi mismo y eso es lo peor que se puede hacer, forzarte a ir a un sitio al que no quieres asistir. Ahora no voy, salvo que haya una causa mayor, como la de tener que ir con mis hijos y ahora sólo el pequeño me reclama y me temo, no, aseguro que hoy tendré que ir con él por la tarde.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

JULIO CORTÁZAR