EL EXORCISTA DE CABECERA

Pues según el protocolo que dios nos impuso cuando creó el mundo, un Domingo por la tarde tiene que ser así, así de tedioso y así de aburrido  y todo es porque tengo un frío de cojones  y en el cuarto donde escribo, caen estalactitas del techo. Por eso estuve dos horas pegado a la estufa de leña y por esa simple y llana razón, que es el estar al calor de la lumbre he abandonado mi misión del escribir. De todas formas hoy no me siento muy lúcido y supongo que entrará el otro componente, el estar cansado y tirando al agotamiento.

Y podía haber sobado un poco y quitarme ese malestar del cuerpo. Pero, pero, pero..., pero no estoy por esa labor de dormir más a trozos, por lo menos no lo estoy hasta que la Santa Madre Iglesia me mande un Exorcista a domicilio. Un Exorcista a domicilio y para que me quite el demonio del cuerpo y a base de rociarme agua bendita y si hace falta, que torture mi cuerpo maligno. Aunque yo sé que ante un cura exorcista, la emprendo a escupitajos verdes y amarillos y con mi poder mental tan maligno, le reviento los ojos al curita  y después me pongo a jugar a las canicas con sus globos oculares.

Como el exorcismo que le practicaron a esa niña de un pueblo o ciudad de España y que después de varias sesiones de exorcismo, al final la niña acabó por tirarse por la ventana y en consecuencia, se quedó en silla de ruedas. Tiene remóles la cosa, llevaban a la niña a un altar sagrado y la ataban a él con todas sus fuerzas, y todo para que se desenmoniara y en una de esas le cogieron gusto al castigo físico y para ayudar a ahuyentar el demonio de la niña y claro, la cosa acabó en el pura y dura tortura. Si es que lo malo, acaba gustando

y si lo malo es por un bien teórico, es más fácil pasarse cinco pueblos. Y a todo esto con la bendición del Obispo del lugar, que fue el que realmente mandó al exorcista de cabecera.

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JULIO CORTÁZAR