Golpear
contra la piedra
una vez
y otra vez
hasta que duela,
hasta que sangre
el puño herido
como un brote
de ceibo.
Golpear
y maldecir
su destino de roca,
mi destino de viento.
Golpear
y llorar,
jurando
que no hay lugar
para otra lágrima,
que es sólo de rabia
y no tristeza.
Golpear
con la ciega furia
de la fragilidad
hasta encontrar
la grieta

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