A él le gustaba recordar sus mejores tiempos. Y así fue, hasta que llegó un día en que sólo quiso olvidar. Por supuesto, los tiempos habían cambiado y la vida con ellos, digamos para peor y ahora los recuerdos eran estorbos dolorosos, muy dolorosos. Más adelante, a él le gustaba recordar estos momentos oscuros y lo hacía para intentar descifrar el porqué de aquellos asuntos. Porqué hay momentos de luces brillantes y vivas y porqué hay otros donde todo es oscuridad y sufrimiento. A él no le llegaba con decir lo que siempre se dice...que las circunstancias marcan la vida y tú eres una pieza más en este rompecabezas que nadie comprende y que se llama, mundo. Esto lo oía como si le contaran un cuento, esto y la otra versión, la más vitalista, la que dice que las respuestas de cada uno están en el interior de uno mismo y que el problema sólo radica en llegar a comprender en que consiste tu alma y a base de meditación y entrenamiento emocional.
Él no asumía ni la una ni la otra parte. Intentaba sopesarlas para darles un peso específico a cada una, pero que nunca hubiera un único elemento a tener en cuenta (si no lo contrario, que fueran muchos y muy diversos). Él pensaba que la vida no estaba escrita, que se nace, que se vive y que después, se muere. Tres grandes verdades fundamentales, pero las tres son influenciables por multitud de factores tanto internos como externos. Se nace, se vive y se muere, pero las tres se pueden cambiar por las circunstancias que te rodean y por el grado en que tú incidas en una, en la otra o en todas ellas. Los hechos mandan, pues todos nacemos buscando la luz, pero como nacemos, como vivimos o como morimos, todos son hechos circunstanciales y ahí mucho pero no todo, depende de nuestro entorno y de nosotros mismos (de nuestras decisiones). Es un todo que contiene las partes y cada parte es un trozo del todo y todo se interrelaciona y a saber cuál de todas ellas es la más importante.
Así que él decidió darle vueltas y más vueltas a todo este tinglado todo medio confuso, pues pensaba que haciéndolo encontraría las respuestas adecuadas. Fue descartando falsas teorías o teorías demasiado simples y polarizadas, o sea fue descartando si el todo estaba en el interior de cada persona o si el todo estaba en las circunstancias de alrededor y por último, si la vida de cada uno estaba ya predeterminada. Pero no descartó de pleno ninguna teoría. Él se quedo con parte de cada una y las unió bajo un mismo hilo, un mismo hilo que daba a lo que podía ser su respuesta definitiva. Movió los trozos que le quedaron de cada teoría e hizo un rebujado con ellas. Al final el resultado del coctel, fue una sola respuesta o sea encontró el hilo conductor que le llevaba a la madeja. Ésta era que la vida se compone de muchos componentes y que todos tienen su vida propia historia y que su interrelación era lo que marcaba el destino de cada uno.
Se quedó por un instante pensativo e intentando dilucidar el posible resultado final. Entonces se dio cuenta que estaba volviendo al principio y que la vida era como la pescadilla que se muerde su cola o como la noria que nunca para de dar vueltas sobre sí misma. Qué en definitiva, la vida da vueltas y más vueltas igual que las da la tierra alrededor del sol y sobre su mismo eje. Al final ¿para qué?. Si al final , la muerte y el nacimiento se besan en la boca y la única variable en la que uno puede actuar es mientras uno está viviendo. Entonces él pensó, que hostia pues si sólo es eso y si sólo puedo influir en eso...pues entonces, ¿para que comerme tanto el coco?. Si lo único que tengo que hacer es coger a la vida por sus huevos y no soltárselos hasta el último soplo de aliento y apretárselos o aflojárselos... según a cada uno le convenga en ese momento. Y él en ese momento, decidió apretárselos con más fuerza que nunca y ya llegaría el momento de relajar semejante apretón de huevos. Porque ¿sabéis una cosa?...en esta vida todo lo que sube...baja y todo lo que da vueltas...al final, se para y en consecuencia, todo lo nacido se acaba muriendo.

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