
Cuando yo nací,
los ríos estaban secos,
y el mar rugía como un espantoso eructo,
y los cielos eran de azabache negro,
y llovía y llovía,
y nunca paraba de llover,
el sol era la luz tenue de una vela,
y la luna era más fuerte que el sol,
la noche en el día y el día en la noche,
y rayos y relámpagos,
y truenos ensordecedores,
y cuando se juntaron todos los elementos,
en ese mismo momento, nací yo,
yo en medio de la soledad del desierto,
yo llorando como un niño,
yo perdido y sin saber si ya había nacido,
en fin, que nací en un día gris de invierno,
día frío y desapacible,
día de embrujos y de oscuros presentimientos,
y era el 5 de febrero de un año cualquiera,
sí en esa fecha nací yo,
y creo que nunca me olvidaré de ella,
pues a partir de aquí,
dejó de llover,
el sol ganó su antiguo esplendor,
y la luna me bañó con la suavidad de sus rayos,
y desde ese día,
el mundo en el que yo viví,
fue un mundo que nunca dejó de rebosar vida.
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