Yo sé que me quiero, pero tampoco es cuestión de proclamarlo a los cuatro vientos. La verdad, es que me llega con saberlo yo sólo y si cabe y como estoy haciendo, decirlo claramente en mi blog. Yo me declaro a mi mismo y no me veo todo el día en el espejo porque si no tendría que dejar de escribir y por ahí sí que no paso. Exagero y no exagero, exagero un poco porque sé que no doy para tanto, vamos que puedo gustar a algún alma cándida o a algún alma perdida de esas que pululan por las redes sociales o por las agencias de citas, pero tampoco es para hacerme un monolito o una estatua a mi belleza. Yo espero ser recordado y no sé muy bien por quién, ni quiero saberlo y más por mi belleza interior que por la fachada de fuera.
La fachada es de edificio cansado y desgastado, que no apolillado, pero con ese deslustre que da el paso del tiempo. Edificio bucólico y medio romántico y con escaleras que llegan hasta el cielo y un sótano que nace de la caldera del Infierno. La cara es simpática o graciosa o empática y eso lo heredé de mi padre, que era tirando a bonachón, aunque no lo era tanto y de mi madre heredé la cara de mala hostia, el ceño fruncido y el levantar de las cejas y ¡coño!, los hombros ponlos derechos y anda recto y envarado y tal cual como si me metieran una escoba por el culo. Esto me decía cada día mi madre y lo de la escoba en el culo, no, eso es de cosecha propia, pero mi intención era ser más descriptivo. Mis ojos son de un color verde tirando a bonito, pero hay que fijarse mucho en ellos, pues también tiene un halo un tanto misterioso y que en el fondo los hace más interesantes.
La cara es tirando a redonda, no redonda del todo y porque sino, no sería tirando a redonda y sería una puta bolla. El pelo ya es más bien escaso y se me puede tocar la cabeza y esto lo digo porque mi padre no soportaba que le tocarán la cabeza o su cuero cabelludo y nunca supe si era porque pensaba que se le iba a caer con el tacto ajeno o porque simplemente no le gustaba. Pero si yo quería cabrearlo ya sabía lo que tenía que hacer, unos dedos por su pelo y ya se desataba el ciclón.
El cuello es ancho y tirando a corto o sea cuello de toro y ¡viva España!. De hombros soy más ancho que el Amazonas y parece que soy medio armario empotrado, pero no es oro todo lo que reluce y tengo problemas de tallas por el ancho de mis espaldas. Pero sí que tengo fuerza y unos fuertes tendones que se tensan como cuerdas de guitarra y cuando sienten el estímulo del cabreo y de un golpe de hombro supongo que soy capaz de derribar algo, y digo que supongo, pues de momento no tuve que derribar ninguna puerta, ni me tuve que pelear sólo con mis hombros, que también podía ser una nueva forma de lucha o sea la lucha hombruna.
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La fachada es de edificio cansado y desgastado, que no apolillado, pero con ese deslustre que da el paso del tiempo. Edificio bucólico y medio romántico y con escaleras que llegan hasta el cielo y un sótano que nace de la caldera del Infierno. La cara es simpática o graciosa o empática y eso lo heredé de mi padre, que era tirando a bonachón, aunque no lo era tanto y de mi madre heredé la cara de mala hostia, el ceño fruncido y el levantar de las cejas y ¡coño!, los hombros ponlos derechos y anda recto y envarado y tal cual como si me metieran una escoba por el culo. Esto me decía cada día mi madre y lo de la escoba en el culo, no, eso es de cosecha propia, pero mi intención era ser más descriptivo. Mis ojos son de un color verde tirando a bonito, pero hay que fijarse mucho en ellos, pues también tiene un halo un tanto misterioso y que en el fondo los hace más interesantes.
La cara es tirando a redonda, no redonda del todo y porque sino, no sería tirando a redonda y sería una puta bolla. El pelo ya es más bien escaso y se me puede tocar la cabeza y esto lo digo porque mi padre no soportaba que le tocarán la cabeza o su cuero cabelludo y nunca supe si era porque pensaba que se le iba a caer con el tacto ajeno o porque simplemente no le gustaba. Pero si yo quería cabrearlo ya sabía lo que tenía que hacer, unos dedos por su pelo y ya se desataba el ciclón.El cuello es ancho y tirando a corto o sea cuello de toro y ¡viva España!. De hombros soy más ancho que el Amazonas y parece que soy medio armario empotrado, pero no es oro todo lo que reluce y tengo problemas de tallas por el ancho de mis espaldas. Pero sí que tengo fuerza y unos fuertes tendones que se tensan como cuerdas de guitarra y cuando sienten el estímulo del cabreo y de un golpe de hombro supongo que soy capaz de derribar algo, y digo que supongo, pues de momento no tuve que derribar ninguna puerta, ni me tuve que pelear sólo con mis hombros, que también podía ser una nueva forma de lucha o sea la lucha hombruna.
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