RECUERDOS DEL LOQUERO -Parte II

Después la cena y a esperar a que nos dieran las pastillitas nocturnas. Y había algunos que se ponían más locos de lo que estaban y todo por ser los primeros en recibir su megadosis y eso traía siempre peleas, pero que nunca degeneraron en darse de hostias. Como niños de colegio de internado, pero bueno hay de todo en la viña del señor y entonces porqué no la va a ver entre los locos. Después un sector bastante amplio nos íbamos a fumar al patio y mientras observábamos estrellas y hablábamos de lo que fuera. Hasta que el pastillamen empezaba a causar estragos en nuestras filas y antes de caer redondos, nos desplazábamos como zombies y cada uno a su habitación.

Los días siempre eran iguales y era muy difícil de diferenciarlos. Las mismas actividades, los mismos rollos patateros, las mismas locuras y carcajadas de todos los días. Lo único que iba cambiando era tú coco, pues con el paso de los días se iba espabilando y era tanto producto de la mejoría, como por las bajadas de dosis somníferas. Vamos a ver, al principio te ponían dosis de caballo e ibas por los pasillos como un fantasma y como un pato mareado y cuando ellos pensaban que ibas mejorando, te bajaban las dosis. También había sus momentos duros y fuertes, de esos momentos en que afloran las emociones y éstas emociones casi siempre eran dolorosas y a veces eran como un parto, pues dolían muchísimo sacarlas hacia afuera.

Después entre el personal que cuidaba de los locos, había de todo y muy variadito. A mi me tocó un psiquiatra un tanto pusilánime y bastante gilipollas, pero cuando estás tocado del ala no te preocupa el como sea el tío, sólo quieres estar bien y el salir de allí cuanto antes. Y claro, tienes que seguirle el palo y hacerte el buenecito, pues del resultado de su informe, dependía el que yo saliera. La psicóloga era buena o muy buena y de ellas es la culpa de que ahondara en mi pasado y que sacara todos mis trapos sucios y que son muchas más de los que yo pensaba. Y también que me pusiera a escribir y le escribía unos tochos que te cagas y me quedaba alucinado, pues la tía se los leía  a fondo. Después el resto del personal se dedicaban a cumplir con su trabajo y a cobrar su nómina.

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JULIO CORTÁZAR