De pequeño aprendí que la chatarra
es el oro de los pobres.
Mi padre me pide que le acompañe, que pasee a su lado,
que pise fuerte, con decisión de hombre duro.
Y si no voy a clase, el profesor me suspenderá.
¿Quién tiene la culpa?
La chatarra que recojo lleva tatuada la sangre de mi familia.
Me corté la mano y me dieron ocho puntos.
La vida que no tengo es la que jamás viviré.
Me aconseja el profesor de Lengua
que me vendría bien leer
El romancero gitano de Federico García Lorca.
Mi libertad está en ese libro,
canta a los gitanos, me dice.
Le pregunté a mi padre:
Sí, García Lorca cantaba a los gitanos,
pero nunca, jamás en su vida, fue a recoger chatarra.
Pasa el tiempo
y en los posos del café ya no distingo nada.
Si me piden la documentación les enseño la herida de mi mano.
Allí, en esa cicatriz
se esconde mi único poema.

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