"¿Quién puede atreverse a decir que conoce Marrakech si no ha presenciado la lentitud de sus crepúsculos desde la terraza del hotel Savoy? La historia que ahora debo contar tiene allí su comienzo, una tarde de septiembre, bajo los apacibles toldos del verano, en aquel lugar que parece la cubierta de primera clase de un privilegiado transatlántico. Los toldos semejan recamadas tiendas berberiscas. El exotismo y la higiene, factores tantas veces en discordia en los parajes magrebíes, se alían a satisfacción del más exigente turista europeo. Consumiendo en breves tazas de plata rondas de té con hierbabuena, los miembros de la expedición soslayábamos la diversidad de nacionalidades gracias a la similitud de nuestros gustos y oficios. Nos había reunido en aquel viaje la munificencia de la casa Fujisutmi & Sons, que tan enérgicamente ha sabido abrirse paso en el difícil ranking de la fabricación de pianos de cola. Casi todos los presentes regíamos salas de conciertos en Sudamérica y Europa, y todos nosotros, sin excepción, nos habíamos inclinado en los últimos tiempos —al principio con renuencia, luego con satisfecho entusiasmo— por los pianos Fujisutmi, obteniendo así lo que mister Urara, anfitrión y guía del viaje, llamaba un merecido reconocimiento, es decir, en términos estrictamente materiales, una gira full credit por los mejores hoteles del norte de África. Tiempo habría, cuando el verano terminara, de regresar al ejercicio de nuestras responsabilidades. Pasábamos las indolentes tardes de septiembre conversando en la terraza del Savoy, y elaborábamos vagas estrategias comunes que redundarían en beneficio de nuestros programas de conciertos: giras transoceánicas, grabaciones rotatorias de discos, estrechamiento de lazos entre los teatros españoles y los de la América hispana. Solíamos contrastar experiencias y referirnos a nuestra plural intimidad con artistas de fama y a los molestos percances que suele siempre deparar la visita de una gran orquesta sinfónica. Un lugar común de todas las confidencias era nuestra indefensión ante las extravagancias y los vanos antojos de soberbia de algunos concertistas: llegan tarde, son salvajemente antipáticos, reprueban la mejor suite de un hotel porque les molesta el ruido de los grifos, algunos son esclavos del alcohol o de la cocainomanía..."
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