Y ya sé que no todo y ¡menos mal!, que no todo son venas abiertas y maniantales de sangre de fresca o resesa y cuajada y en que todo se tiñe de rojo escarlata, ¡no todo!, pues hay sangrías que son de a gota a gota y tiro porque me toca. Vamos que no son como cuando yo acompañaba al aguardentero en mi tierra gallega y que nos pasábamos la noche al calor de la lumbre y viendo como el aguardiente caía gota a gota. Me daba tiempo a todo, a ver el entorno y que a cada gota de aguardiente yo creo, que era un pensamiento distinto y cada minuto era una hora, pero una hora de placer inmenso.
Recuerdo especialmente aquellos días de otoño invierno y cuando venía el tío sabio delamagiadehacerun buencaldodeaguardiente o de exprimir hasta la última gota de magosto (o uva compactada y como una tarta) y con aquél alambique desvencijado y todo raído y oxidado. Éste señor y todos los avíos, eran llevados por un carro de bueyes y aquello hacía un ruido especial e infernal, pero a mi me sonaba a gloria bendita, sabía que era una forma de escaparme de la guadaña de mis padres. Porque al final delegaban en mi y me hacían cargo de que el tío aguardentero no se bebiera todo lo que salía del alambique.
Y yo encantado de la vida, y por unos días y al ritmo de gota a gota, me podía evadir de la puta vida. En un pajar cualquiera, con un hoguera encendida que emanaba todo el calor de la tierra y con un goteo digamos que soporífero, pero lustroso y cariñoso y como se dice también, agarimoso, y con un tío que sino era mudo, lo parecía, ¿qué más podía pedir?, ¿que viniera esa bruja gallega que todo lo sabe y que nada lo deja?. Pues nada de eso, yo prefería el calor de la lumbre y el silencio de la vieja sapiencia. El tío privaba todo lo que quería y yo mientras tanto soñaba todo lo que podía, que a los 6 o 7 años era mucho más que mucho, era como vivir en un sueño.
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Recuerdo especialmente aquellos días de otoño invierno y cuando venía el tío sabio delamagiadehacerun buencaldodeaguardiente o de exprimir hasta la última gota de magosto (o uva compactada y como una tarta) y con aquél alambique desvencijado y todo raído y oxidado. Éste señor y todos los avíos, eran llevados por un carro de bueyes y aquello hacía un ruido especial e infernal, pero a mi me sonaba a gloria bendita, sabía que era una forma de escaparme de la guadaña de mis padres. Porque al final delegaban en mi y me hacían cargo de que el tío aguardentero no se bebiera todo lo que salía del alambique.Y yo encantado de la vida, y por unos días y al ritmo de gota a gota, me podía evadir de la puta vida. En un pajar cualquiera, con un hoguera encendida que emanaba todo el calor de la tierra y con un goteo digamos que soporífero, pero lustroso y cariñoso y como se dice también, agarimoso, y con un tío que sino era mudo, lo parecía, ¿qué más podía pedir?, ¿que viniera esa bruja gallega que todo lo sabe y que nada lo deja?. Pues nada de eso, yo prefería el calor de la lumbre y el silencio de la vieja sapiencia. El tío privaba todo lo que quería y yo mientras tanto soñaba todo lo que podía, que a los 6 o 7 años era mucho más que mucho, era como vivir en un sueño.
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