Ahora pensaba que ya iba siendo hora de
dar una vuelta por los arrabales del pueblo. Porque a mi me encantan
los arrabales, me encanta la gente de barrio alicaído, no la de
barrio hortera y pretencioso. Me gustan los currunchos (esquinas)
escondidas y donde Mahoma tiró la piedra y se echó su última
meada. Y yo no niego que sea por deformidad profesional o personal y
como yo me crié en un puto arrabal pretencioso. Y ahora y toda la
vida, me dio por buscar un arrabal con sello de auténtico y de
denominación de origen.
Otros buscan filones de oro y buenas
sortijas en un mercadillo, pues yo busco arrabales apartados y en
donde no impere la ley. La ciudad sin ley, se podía llamar también
mi película. Es que yo de chaval viví entre esas dos aguas, por un
lado, junto a los ricos locales y por el otro, junto a la pobreza y a
dos pasos de cada uno. Y yo desde pequeño me arrimé y no sé el
porqué, al lado de los desarrapados, pero ellos tampoco me dejaron
hacer piña. Supongo que sería porque yo olía diferente, porque
vestía de otra manera, porque en realidad, no tenía cara de hambre
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