Yo soy de palabras las justas,
ni que sobren ni que falten
ni que suenen a hueco,
ni que sean misiles de consecuencia.
Pero si tuviera que tirar de un lado,
prefiero la claridad al oscurantismo,
prefiero la luz de la luna a la luz fría de una farola.
Me entusiasman los muelles
y su olor a mezcla de gasoil con sal y agua marina...
Mi padre me llevaba a ver los barcos en los muelles de mi Vigo natal,
y yo iba como un niño con zapatos nuevos,
y creo que el olor a brea se me quedó pegada
como una capa más,
así como los agudos chillidos de las gaviotas,
ahora escucha a una gaviota
y de nuevo me veo en aquellos viejos muelles,
mi padre explicándome
porque ese barco tiene esa forma
y porque tiene que realizar esa maniobra,
y yo, pobre ignorante,
mirándolo con extrañeza,
porque mi padre se envolvía en sus propias palabras
y se aturullaba de tal manera
que siempre repetía, no una,
sino un millón de veces la misma explicación
y era empezar a hablar mi padre,
y mis oídos se cerraban a cal y canto.
Ahora pienso que no era para tanto,
que debí escucharle más y más veces,
que debí de ayudarle a salir de su oscuridad,
que tenía que haber puesto más ganas y esfuerzo por mi parte,
que a lo mejor al final,
lo hubiera entendido un poquito,
sólo un poquito así de chiquitito,
pero no,
yo me encerré en banda
y cuando un día quise hablar con él,
ya era demasiado tarde
se había ido al mundo de la más profunda depresión
y sus últimos años de vida,
fue un pobre ser más muerto que vivo.

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