Y claro que la vida es muy perra y quién piense lo contrario, es que no se entera. La vida me ha dado unas ostias que para que contaros, a veces hasta me ha puesto la cabeza del revés. Cada ostia fue sangre derramada, cada ostia fueron mares de lágrimas y no me voy a poner ñoño, porque lo odio. Lo que yo he sufrido se queda para mi cuerpo y para los cables de mi cerebro, pero aclaro una cosa, yo he sufrido, pero creo que como muchos otros.
Vamos que no me siento especial en éste tema del sufrimiento. Porque si uno no es tonto, habrá observado a lo largo de su vida, que hay mucho sufrimiento alrededor y a veces, un tipo de personas que ante el sufrimiento te dejan perplejo, pues esa persona nunca sabrás como ha superado esa situación tan dolorosa. Te deja perplejo alguna gente por su fortaleza, por su entereza, por saber salir de sus cenizas y de nuevo coger el hilo de la vida.
Hay algo dentro de nuestro interior que nos marca nuestra capacidad de sufrimiento. Hay algo que es congénito y debe estar marcado en un gen aún sin identificar. El gen del sufrimiento, le llamo yo. Yo nací con ese gen a medias, a medio gas, es decir que no sé sufrir con la frente en alto o por lo menos hasta ahora así se ha manifestado, pero como estoy en pleno estado de evolución, no sé como acabará la cosa. A lo mejor resulta que en la última etapa de mi vida me manifiesto como el Rey de los sufrientes y le cojo gusto a la cosa. A lo mejor me llega a gustar tanto, que me convierto en masoquista. Y ya se sabe, a comprar el Látigo, el collar de perros y la porra y las esposas del policía.
Vamos que no me siento especial en éste tema del sufrimiento. Porque si uno no es tonto, habrá observado a lo largo de su vida, que hay mucho sufrimiento alrededor y a veces, un tipo de personas que ante el sufrimiento te dejan perplejo, pues esa persona nunca sabrás como ha superado esa situación tan dolorosa. Te deja perplejo alguna gente por su fortaleza, por su entereza, por saber salir de sus cenizas y de nuevo coger el hilo de la vida.
Hay algo dentro de nuestro interior que nos marca nuestra capacidad de sufrimiento. Hay algo que es congénito y debe estar marcado en un gen aún sin identificar. El gen del sufrimiento, le llamo yo. Yo nací con ese gen a medias, a medio gas, es decir que no sé sufrir con la frente en alto o por lo menos hasta ahora así se ha manifestado, pero como estoy en pleno estado de evolución, no sé como acabará la cosa. A lo mejor resulta que en la última etapa de mi vida me manifiesto como el Rey de los sufrientes y le cojo gusto a la cosa. A lo mejor me llega a gustar tanto, que me convierto en masoquista. Y ya se sabe, a comprar el Látigo, el collar de perros y la porra y las esposas del policía.
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