La llegada era bestial. Con mucha educación te pedían que sacaras todo de los bolsillos y una vez revisados, que te pusieras en pelota picada y te dieras la vuelta y para mirarte el culo, vamos que no te metían el dedo por él de milagro. Yo a mi edad (56 años de aquellas) y enseñando mi lirondo culo, ¡Qué pasada!. Después te revisaban la ropa exhaustivamente, tocando las costuras y dándole la vuelta a la ropa y que no llevaras ni un cordón, no vaya a ser que tuvieras la tentación de colgarte. Te requisaban el neceser, por eso de la prevención de cortarte las venas o la yugular o la garganta y agüita. Después, primera sobredosis de medicamentos. Al cabo de una hora andabas dando tumbos como una pelota, de pared en pared y tiro porque me toca. Del bombazo que te metían te quedabas sobado hasta de pie y así arrastrándote como un gusano, aterrizabas o te hacían aterrizar, en el comedor comunitario y allí te presentaban en sociedad. Del ciego que llevabas no te enterabas de nada, ni de como se llamaban los compis del loquero, ni que cara tenían. Ya habría tiempo de conocerse mejor.
En ese primer día observé a otro compañero zombi, a uno que iba más traspuesto que yo y ni fuímos capaces de mirarnos a la cara y por supuesto no probamos nada del magnífico menú con que nos obsequiaban (sic). Simplemente nos quedamos dormidos encima de la mesa. Más tarde, vino la cura del sueño y durante dos días solo sobabas, babeabas y te levantabas solo para hacer que comías. Y así durante dos o tres días, dependía de la megadosis de fármacos que te daban y al cabo de ellos, venía un médico a hacerte una exploración física minuciosa. Lo peor que se llevaba era la exploración de la marcha y la del equilibrio, te era muy difícil mantenerte de pie, parecías un pato mareado.
El médico susodicho, tenía un buen método para despertarte de sopetón y era su puta halitosis, ese olor a pescado podrido que salía por su boca, te daba de pleno en la pituitaria y sólo deseabas que se acabara de una vez por todas la exploración neurológica tan minuciosa y detallosa. Pensé varias veces en decírselo, que bebiera lejía o un vaso de aguafuerte, pero no estaba yo para dar recomendaciones en un puto loquero de mierda o sea que cogí la vía más rápida, que era la de acabar lo antes posible.
Ese olor a poza negra aún a día de hoy soy capaz de recordarlo. Ese olor ancestral, ese olor a cloaca de los infiernos, y era y era una puta tortura china, era peor que todo el mes que pasé en el loquero. Y el tío como si nada y acercaba su asquerosa boca a mi cara y aquella bocanada de mierda resesa, y...y... y mejor no sigo con éste tema, pues aún me produce náuseas y arcadas. Ahora ya pasado el tiempo, pienso en que a lo mejor escogieron a ese médico a propósito, pues superada la prueba de su halitosis, ya sólo querías mejorar y salir de allí y no volver nunca jamás de los jamases y claro, así su estadística de altas sería alucinante. Era imposible que alguien en su sano juicio y sin estarlo (como era nuestro caso), quisiera pasar de nuevo por la prueba halitósica. Asi y de momento concluyo: mi mejoría inicial fue gracias a ese método tan asqueroso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario