¡Ay miña terriña!

 

¡Ay miña terriña!, como che boto de menos. La echo de menos, es verdad, pero quizá echo más de menos, la Galicia de mis años jóvenes y la de mi tierna infancia. La última vez que fui por miña terriña, fui con una amiga de aquí, de la Isla de Menorca y yo me llevé a mi hijo pequeño y ella al suyo. Y me acuerdo que yo estaba entusiasmado como un niño y los primeros síntomas de mi "brote", los noté al llegar a Santiago. No sé si llegamos cerca de las 12 de la noche y bastante cansados, pero yo no podía quedarme sin ver Santiago de noche y nos fuimos a recorrer sus calles a ritmo enfebrecido. Que preciosidad, seguía igual que cuando la dejé, la misma lluvia, el mismo frío, la misma piedra y la misma belleza.

Al día siguiente cogimos rumbo a Costa da Morte, entrando por la ría de Muros y fuimos picoteando en cada pueblo, pequeños y cortos paseos, pues era tal mi impaciencia por querer enseñarle todo, que si bajaba en un pueblo yo ya estaba pensando en el siguiente. Muros precioso, como siempre y la próxima parada fue en el pueblo de Ézaro y allí nos paramos a comer, a comer como auténticos cerdos, estaba todo delicioso y hacía tanto tiempo que no comía un buen pescado, que casi me muero de semejante comilona. Después a Corcubión y Finisterre y aquí si tengo que hacer un kit-kat, pues empecé a tener una sensaciones raras o sea me estaba gustando todo, pero tenía un sabor extraño y seguí dándole vueltas, hasta que caí de la burra. Y era que que estos dos pueblos tenían cicatrices de la época del ladrillo, habían construido a lo bestia. por lo menos yo lo sentía así, pues mi recuerdo era más amable y entrañable. Entonces muy bien pero no tanto, pues la película que yo tenía en mi coco, ya no coincidía tanto con la realidad urbanística y eso la verdad, es que te deja chafado.
Desde Finisterre seguimos camino hacia A Coruña y a base de meterme los tojos por mis ojos, espléndidos haciendo alfombras amarillas, se me fue olvidando la acidez de ese mal sabor de boca. En las grandes ciudades, ya no noté tanto, el cambio que supuso el ladrillazo, se nota pero no es tan bestial. Al día siguiente, Betanzos, como siempre maravilloso y seguimos hacia abajo hasta llegar a Vigo. Vigo mi ciudad natal, que ya me resulta desconocida desde hace muchos años. Faltan los descampados de mi infancia, los tranvías, los árboles y en lo que no cambió, es en sus cuestas empinadas y su caos circulatorio y urbanístico y bueno su ría, su linda y preciosa ría. La ría que vi cuando nací y que después posteriormente recorrí por todas sus esquinas. Para mí, Vigo es su ría y lo demás son casas y coches y bajadas y subidas y caos, mucho caos y ruidos y más ruidos y esa maraña cada vez más grande de edificios que van tapando las vistas a su tesoro, que no es otro, que la ría de Vigo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

JULIO CORTÁZAR