Mis amigos al principio, sólo eran de la clase pobre o empobrecida, eran unos don nadie, como yo pero aún menos, solo que yo y tal como decía mi madre, tenía que ser un don nadie con pretensiones. Mi misión era trepar por los escalafones sociales y así llegar a ser alguien (alguien bajo el punto de vista de mi madre). Los niños de la clase pudiente, andaban aparte, estaban muy ocupados con ir al Aero Club y a jugar al tenis o a andar en caballo en su club hípico pegado a la playa, no perdían su precioso tiempo andando con niños desarrapados que se dedicaban a dar pedradas a los gatos, ellos solo andaban con los niños de su clase social y además para eso estaba el chófer, para llevarlos a los sitios más selectos y exclusivos.
Y entonces pronto comprendí que la vida era muy sucia y que nunca iba a cumplir el objetivo que me había impuesto mi madre. Vamos, que nunca llegaría a ninguna cima de nada, que nunca dejaría de ser un don nadie con o sin pretensiones. Y aquí estoy, cumpliendo a rajatabla mi papel de don nadie pero sin pretensiones. Bueno, por el camino me hice Médico y creo que ese fue mi mejor logro social y en consecuencia, algunos ahora me llaman doctor (cuando en realidad soy médico y no doctor). Y yo a algunos les dejo que me llamen lo que quieran, porque pasa que a veces abres tus puertas de par en par y se instalan tranquilamente en tu casa y para esos algunos, prefiero mantener una distancia cuando menos que prudencial.
Que me llamen doctor o monseñor, que me llamen lo que quieran con tal de mantener las prudentes distancias lejos de ellos. A otros no, a otros les digo que me llamen Bruno o Javier y según sea el caso y según sople el viento. Yo doy facilidades al que me venga de cara, pero el que me venga con el gesto retorcido y huraño, pongo kilómetros por el medio. Así que me conozco a ambas clases sociales, a los ricos de verlos salir con sus bugas todos relucientes y a los pobres que estuvimos juntos u haciendo piña en la misma guerrilla. Claro que yo tenía que llegar a casa, impoluto, sin una gota de mierda y sin una mota de polvo, tenía que llegar como un puto dandi de poca monta con pretensiones y por eso así nunca llegaba a casa, pues ya sabía lo que me tocaba, una buena somanta de hostias y además, me quedaba sin cenar y castigado el fin de semana.
Con el paso del tiempo he aprendido a no ser ni lo uno ni lo otro, pero tampoco me he instalado en el medio y porque soy y he sido un poco de todo. Hay días en que me levanto pobre y a dos velas. Otros días, me siento el más rico del pueblo pero eso sí, sin dinero. Y hay algunos otros, donde empiezo el día bien y con pasta y a media mañana, ya estoy pobre y el discurrir del resto del día, será el poner cara de haba y que aquí no ha pasado nada.
Mis amigos al principio, sólo eran de la clase pobre o empobrecida, eran unos don nadie, como yo pero aún menos, solo que yo y tal como decía mi madre, tenía que ser un don nadie con pretensiones. Mi misión era trepar por los escalafones sociales y así llegar a ser alguien (alguien bajo el punto de vista de mi madre). Los niños de la clase pudiente, andaban aparte, estaban muy ocupados con ir al Aero Club y a jugar al tenis o a andar en caballo en su club hípico pegado a la playa, no perdían su precioso tiempo andando con niños desarrapados que se dedicaban a dar pedradas a los gatos, ellos solo andaban con los niños de su clase social y además para eso estaba el chófer, para llevarlos a los sitios más selectos y exclusivos.
Y entonces pronto comprendí que la vida era muy sucia y que nunca iba a cumplir el objetivo que me había impuesto mi madre. Vamos, que nunca llegaría a ninguna cima de nada, que nunca dejaría de ser un don nadie con o sin pretensiones. Y aquí estoy, cumpliendo a rajatabla mi papel de don nadie pero sin pretensiones. Bueno, por el camino me hice Médico y creo que ese fue mi mejor logro social y en consecuencia, algunos ahora me llaman doctor (cuando en realidad soy médico y no doctor). Y yo a algunos les dejo que me llamen lo que quieran, porque pasa que a veces abres tus puertas de par en par y se instalan tranquilamente en tu casa y para esos algunos, prefiero mantener una distancia cuando menos que prudencial.
Que me llamen Doctor o Monseñor, que me llamen lo que quieran con tal de mantener las prudentes distancias lejos de ellos. A otros no, a otros les digo que me llamen Bruno o Javier y según sea el caso y según sople el viento. Yo doy facilidades al que me venga de cara, pero el que me venga con el gesto retorcido y huraño, pongo kilómetros por el medio. Así que me conozco a ambas clases sociales, a los ricos de verlos salir con sus bugas todos relucientes y a los pobres que estuvimos juntos u haciendo piña en la misma guerrilla. Claro que yo tenía que llegar a casa, impoluto, sin una gota de mierda y sin una mota de polvo, tenía que llegar como un puto dandi de poca monta con pretensiones y por eso así nunca llegaba a casa, pues ya sabía lo que me tocaba, una buena somanta de hostias y además, me quedaba sin cenar y castigado el fin de semana.
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