Aviso a navegantes, a mí venirme de proa, que yo pueda ver claramente el mascarón de proa y así identificar al que viene hacia mi persona. La vida te enseña y eso si tienes suerte, te enseña a que las personas hay que mirarlas de frente y de cara y que ellas te miren igualmente a tí. De frente te pueden decir te quiero y si ese sentimiento es mutuo, le dirás yo también te quiero. De lado es malo, de lado te pueden llamar cariño y a la vez, se pueden estar cagando hasta en tus muertos. De lado o de perfil se ponen los indefinidos, los que nunca se mojan, los que intentan pasar desapercibidos ante cualquier situación que se les presenta. De lado no nace nadie y si aún así lo hace y porque siempre hay excepciones, tendrá un parto supercomplicado. De culo nacen algunos y si salen vivos del parto, irán de culo toda su vida. Todos quedaremos marcado por la posición en la que hemos venido al mundo. Yo nací de cara y con los ojos bien abiertos y por eso ahora, voy de cara y con la mirada dirigida a los ojos del contrario y cuando no me gusta lo que veo, lo digo o lo maldigo o me cago en su estampa. Y cuando me gusta la visión que tengo ante mí, se lo digo o se lo notifico y no le doy un beso en la boca, porque antes necesitaría saber lo que quiere la otra persona es darme un beso a mí.
Yo nací en Vigo (Galicia) y hace 68 años. Me contaba mi madre (iba a decir santa, pero de santa mi madre no tenía ni un pelo), pues eso que había nacido en el hospital de la Cruz Roja, que creo que de aquellas tenía unas hermosas vistas a la ría de Vigo. Y entonces lo primero que ví, fue el mar de mi hermosa ría y esa imagen la llevo clavada en mi retina. Era un día lluvioso, de viento desatado, hacía un frío de mil pares de huevos y era un 5 de febrero de 1956. Y menciono esa cifra, 1956 y es cuando me doy cuenta que soy más antiguo que el que inventó la televisión. De hecho, mis padres fueron de los primeros en sumarse a comprar una tele y debía yo tener 7 años y como se solía decir y con toda una vida por delante. La tele que de aquellas era aburrida, no lo siguiente, pero molaba tenerla y yo de aquellas no lo sabía, pero causaba envidia entre el vecindario.
Yo, como no era envidioso, no entendía de que coño iba ese tema. Más tarde, pude comprobar su existencia y como la envidia se lo come todo, hasta el amor se lo come. Pero yo sigo siendo un ser poco envidioso y sigo manteniendo a raya mi envidia y en cuanto siento el tacto de su mano lasciva y grimosa, me pongo a la defensiva con ella, levanto mis murallas, alrededor de ellas cavo un foso que te cagas y al castillo lo pongo en la cima más alta y a salvo de los animales rastreros, que para nuestar desgracia, abundan en esta tierra en la que vivimos.
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