Escucho el motor de un coche,
las campanas dando por culo al agnóstico,
una suave y melodiosa melodía de jazz
que viene de otra casa
y unas cuantas voces sueltas
que vete tú a saber de donde vienen.
En fin, la vida
y su melodía que va cambiando según la hora que es
a veces, se cuela una moto
en otras, el graznido de unas gaviotas
y de vez en cuando se cuela la voz de un loro
al que por cierto, odio.
No soporto sus silbidos de macho bravío
ni la cadencia de sus repeticiones verbales
ni sus exabruptos ni eructos
ni sus gracias enseñadas por su puto dueño
y eso que ni siquiera lo veo, pero lo oigo,
y eso me enerva y pone carioco.
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