Y se dieron un beso,
un beso corto e inseguro,
un beso húmedo y bañado en lágrimas,
los dos intuían que era su último beso
y acompañaron su beso
por un sentido abrazo,
y así lo hicieron,
enrollaron sus cuerpos como dos lianas encadenadas,
y era el abrazo perfecto,
y por instante, se fundieron los dos en un solo cuerpo.
Mientras tanto no se decían nada,
sólo se sentían mutuamente,
y sonó la bocina del barco,
el pitido que anunciaba su marcha,
y los dos poco a poco se desenredaron,
y se miraron a los ojos,
como esperando saber la respuesta en los ojos del otro,
y el porqué de aquella despedida tan dolida,
sí tenía que ser así y ¡así de dura!,
y si los dos se querían... ¿porqué aquello?
pero el sonido del motor del barco aumentó su rugido,
y no había más tiempo,
o el barco se iba y él se quedaba,
pero no hubo un gesto que rompiera el hielo por parte de ninguno
y él se fue mirando el suelo,
y de un salto se incorporó al barco,
y no quiso mirar nada más,
él sabía que los ojos de ella
estaban clavados en su nuca,
y notaba su aguda punzada penetrante,
y el dolor se le hizo insoportable,
contuvo como pudo, sus lágrimas,
y se secó las mejillas por instinto,
después pasaron unos segundos eternos,
y por fin él se atrevió a mirarla a lo lejos,
mientras se hacía la última pregunta,
¿porque nos estaba pasando aquello?.
Pero ya era tarde,
el barco estaba a cien metros del muelle,
y llovía, llovía mucho,
tanto llovía que su alma se ahogaba dentro de un charco,
y cuando volvió a ver hacia el muelle,
ella ya no era ella,
era un pequeño punto mojado
y de cada vez, más alejado
y entonces él se dió cuenta,
que sí, que la había perdido definitivamente,
y lloró por dentro y hacia dentro,
lloró tanto,
que el mar se tiñó de lágrimas,
pero el barco siguió su rumbo como si nada...
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