"Tan inútil como hablar con demasiada gente es leer demasiados libros, porque uno, al final, se queda con los tres o cuatro amigos de todas las horas y regresa o habita en muy pocos libros, en media docena de películas, en una fatigada lealtad a ciertos bares y a ciertos recuerdos que no obedecen a la invocación de la voluntad, sino a una costumbre íntima de la memoria. En la biblioteca del Nautilus hay tantos libros que no bastaría una vida entera para conocerlos todos, pero son muy pocos los elegidos una y otra vez para acompañar las tardes de soledad e indolencia o esa hora plácida de la noche en que el navegante sin nombre suele retirarse a la delicia de entreabrir un libro al abrigo del lecho y descender a sus páginas como se desciende luego al sueño que la lectura preludia. Igual que los amigos del corazón y los desengaños más devastadores, los mejores libros nos suceden en la adolescencia, y su materia, sedimentada por los años y los muchos regresos, termina por confundirse con nuestra propia vida".
(A. Muñoz Molina, "El teléfono del otro mundo", Diario Ideal, 10/11/1983)

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