Hay momentos para escuchar, como hay momentos para cagarse en todo. Hay momento de disfrutar a solas o en compañía y hay otros, de volver a cagarte en todo. Y una de cal y otra de arena, una caricia y una hostia bendita, pero por lo que yo veo, siempre gana el lado malo. Porque somos más malos que buenos y no hay equilibrio posible, por dentro nos corroe la maldad, solo que la reprimimos y nos callamos a tiempo. Porque muchas veces el primer pensamiento hacia una persona, es simplemente, desgarrador y es como si llevaras dentro a un perro rabioso y el perro ladra pero no muerde y no muerde porque tú no le dejaste morder.
Pero ese primer pensamiento es un mecanismo de defensa transmitido de generación en generación. No conoces a esa persona y por tanto desconfías y desconfías por ese instinto. Porque la desconfianza la llevamos marcada en los genes y en el ADN. Y desconfía y acertarás, desconfía y nadie te sorprenderá y mil dichos más que hay sobre el tema del desconfiar. Yo no quiero hacer apología de la desconfianza, pero quiero dejar claro cual es el punto de partida y ese es, que en esencia, somos desconfiados.
Después y con la educación y el crecimiento, vamos adquiriendo otros conocimientos y otros hábitos, que nos dan más seguridad para andar por la vida y por tanto vas bajando el dintel de la desconfianza y ya no vas tanto de perro rabioso, pero tampoco vas de ovejita tontita, pues en primera instancia sigues siendo desconfiado, solo pasa que ahora estás más domado. Y entonces dejas pasar un tiempo y te dices, éste tío es un gilipollas de mierda, pero dejaremos pasar ese tiempo de tregua y para comprobar que realmente el tío, es un gilipollas de mierda. No siempre es así, pues a veces metes la pata, pero son pocas veces comparadas con las acertadas. El instinto primitivo pocas veces falla y yo soy un tío que vive dentro de mis instintos y por tanto soy un perro instintivo pero nunca seré un perro obediente que se dedica a lamer culos. Pero me supongo, que como en todo, hay un punto intermedio.
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