ALAS DE CERA de IRENE VALLEJO


«Quien lo vivió, lo sabe. El temblor del teléfono que rompe el sueño en la madrugada. Esa angustia muda en la sala de espera del hospital, donde callamos con un silencio roído por los miedos. Un accidente, un duelo, un diagnóstico, un despido, una soga económica, la asfixia repentina. Hay instantes sin retorno, sacudidas que nos arrojan en mil pedazos contra el suelo.Nuestras caídas y alas rotas nos convierten en herederos de Ícaro. Se cuenta que Dédalo, arquitecto ateniense, fue encarcelado con su hijo Ícaro en el famoso laberinto de Creta que él mismo había construido. Afligido, el padre observaba a los pájaros surcar libres el cielo sin muros. Así ideó unas alas de cera y plumas que, mediante un arnés, permitían huir como las aves. Su hijo se elevó en atrevido vuelo. Entonces el sol empezó a derretir la cera y las alas se deshicieron suavemente, pluma a pluma, hasta dejar al joven, como en una escena de dibujos animados, agitando los brazos desnudos en el aire. Cayó en picado y las aguas azules lo engulleron.
La vida es vaivén, hay que convivir con sus altibajos: nos fabricamos alas —ilusos—, creemos volar, pero la adversidad nos despeña. Las consignas que escuchamos a diario —decide tu suerte, el éxito depende solo de ti— intentan embridar el miedo con promesas de poder, pero no somos dueños del futuro ni capitanes de nuestro destino. Quienes llaman oportunidades a las crisis, terminan por acusar a los más desvalidos de su naufragio. No se puede estar totalmente a salvo, menos aún cuando la incertidumbre, la oscuridad y las dificultades se precipitan sobre nosotros. Según Homero, el dios Zeus poseía dos vasijas y repartía su contenido entre los humanos: de una sacaba bienes y de la otra males. Para algunos desgraciados todo son calamidades, pero nadie recibe solo beneficios.
Nuestros ancestros pensaban que las caídas y cumbres retratan dos caras inherentes a la vida. Por eso imaginaron también mitos de redención y renacimiento, como el ave Fénix, un pájaro milagroso que, al intuir su propia muerte, ardía y así renacía de sus cenizas […] El futuro es un enigma: nadie sabe cuántos nacimientos tenemos por delante».

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