21 de septiembre.
Podría escribirte otro día,
de hacerlo ahora mismo
y además, no vaya a ser
que un rayo me parte en dos o tres mitades
o que un árbol me caiga encima y reviente mis cuatro neuronas.
Yo te podría contar que estoy bien,
que he estado mejor,
que todo se puede mejorar,
pero en general, me siento bien
y es más, te diría
que estoy contento,
que me levanto con ganas,
que miro a las cosas con más curiosidad,
que en las mañanas me digo...¡buenos días!
y que por las tardes noches
me involuciono y me hago caracol metido en su caparazón.
Me gusta el refugio de mi concha
y el acurrucarme en su última esquina
y hacerme ovillo
y hacerme más bicho... todavía,
y quererme más...si puedo
y así, odiarme...un poco menos.
Voy, como el buen vino,
mejorando con los años,
a pesar de que mi carcasa se agrieta y se resquebraja,
pero mis ideas mejoran en todos los sentidos,
son mejores cualitativamente hablando,
tienen más peso,
son más sólidas y claras,
interpretan mejor lo que pienso.
Aunque todo hay que decirlo,
a veces se quedan perdidas mar adentro.
Salgo poco
o salgo muy poco,
a veces pienso que ya he visto demasiado
y en otras pienso,
que me estoy atrofiando
y degenerando en un bicho en período de extinción.
Pero en general,
yo me veo bien,
me quiero lo suficiente como para ir tirando,
me aprecio bastante,
discuto conmigo como si fuéramos un par de amigos
y me doy las buenas noches
acompañadas de un tierno beso imaginario.
Después, me pongo a dormir
y entonces empieza mi verdadero viaje,
me subo a un sueño y disfruto como un loco
tanto que me abandono en el sueño
y entonces, llega la mañana
y el sol llama a mi ventana.
Y de nuevo...
empieza un nuevo día.

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